domingo, 31 de agosto de 2008

Pendiente de un hilo

Fui a buscar una aguja en un pajar...
Me quedé colgada del hilo...

miércoles, 27 de agosto de 2008

La (nueva) Capilla Sixtina

No sé quién tuvo la idea de llamar Nueva Roma a este barrio. Es lo más opuesto que alguien pueda imaginar a esa ciudad, otrora capital del imperio. Sus calles embarradas, sus pobres barracones y la miseria de sus gentes nada tienen que ver con un Coliseo, una Fontana di Trevi o una columnata en la plaza de San Pedro. Sin embargo, aquel flaco había sabido explotar el nombre de ese suburbio montevideano y el que sus padres le dieron en España, Miguel Ángel, para ponerle a su negocio “La Nueva Capilla Sixtina”. De boca en boca fue corriendo la noticia de que aquel taller de reparación de coches tenía unos frescos muy especiales y que mientras esperabas turno te sentías como en la gloria.


Miguel Ángel había vivido en Nueva Roma desde que tenía nueve años, cuando sus padres se trasladaron de Sevilla a Montevideo en busca de una vida mejor. Pero lejos del inevitable destino que imponía su artístico nombre, Miguel Ángel creció entre piezas mecánicas, grasa y suciedad, herencia del taller paterno.
“Lo de Luis” era el sencillo nombre que tenía aquel pequeño local y por el que era conocido en el vecindario, de donde no pasaba su clientela. No daba para mucho, pero al menos pudieron ir tirando.


Miguel Ángel debió asumir todas las tareas del taller y de la casa cuando sus padres decidieron volver a España para acabar allí sus días. Él había empezado a salir con Marta, una chica a la que conoció en una de sus escasas visitas a la Ciudad Vieja, y sentía que su lugar estaba ahí, en Nueva Roma. Pero, tras dos años de convivencia, Marta le abandonó. Se había enamorado de un compañero de laburo, le dijo, recogió sus cosas y se fue, dejándole en medio de una importante crisis en el negocio y, sobre todo, en una inmisericorde soledad.


Miguel Ángel cerró el taller durante varias semanas, en las que sólo se alimentaba con arroz –eterno compañero de desventuras- y tomando mate –porque siempre había yerba en casa-. Perdió varios kilos, se dejó crecer la barba y se abandonó por completo en el mantenimiento de la higiene. Sí, estaba deprimido. Ni siquiera era capaz de llorar. Nunca supo si aquello que sentía por Marta era o no amor, pero ahora extrañaba su presencia y, en plena soledad, suponía que con ella había vivido algo semejante a la felicidad.


Una tarde regresó del corto paseo que solía dar por el campito contiguo a la casa y, buscando una navaja para cortar unas cuerdas, encontró en un cajón una agenda de 20 años atrás. “¿Quién mierda guardaría esto aquí?”, se preguntó y, tras comprobar que era de su madre, comenzó a hojearla.
Descubrió que, en lugar del santoral al que su vieja era tan aficionada, aquella agenda incluía una frase diaria para mejorar el estado de ánimo. Y leyó la que correspondía a ese 15 de octubre: “La felicidad es como la neblina ligera: cuando estamos dentro de ella no la vemos” (Amado Nervo).
Se quedó meditando durante unos minutos. “Y encima el pelotudo se llamaba Amado, hay que joderse”, murmuró para sus adentros y, después de cabrearse consigo mismo y con el resto de la humanidad, agarró una brocha que tenía tirada en el suelo y decidió pintarla sobre la ennegrecida pared.
“Para que nunca la olvides, boludo”, se dijo a sí mismo pensando en la oportunidad perdida con Marta. Jamás pudo culparla a ella, siempre encontró una excusa para autoproclamarse responsable máximo de la ruptura. Y ahora esta frase venía a ser su sentencia, un algo así como “enterate de lo que tuviste y no supiste ver”.


Aquel siniestro lugar permaneció semiabandonado hasta que un día llegó Víctor, uno de sus clientes más fieles, que precisaba ayuda con la furgoneta. Miguel Ángel no tenía demasiadas ganas de atender al vecino, pero lo hizo por una cuestión de lealtad. Víctor, al verlo tan ruinoso, se preocupó por su estado y le ofreció una mano, pero Miguel Ángel le tranquilizó y dijo que todo pasaría. Aunque ni él mismo confiaba en eso.
María, la hija de Víctor, le acompañaba ese día al taller y decidió esperar en la salita que Miguel Ángel usaba como cocina y comedor. A pesar de la suciedad del lugar, se sentó en una de aquellas desvencijadas sillas de madera y comenzó a repasar los detalles. Al levantar la vista hacia la pared frontal, vio aquella frase de Amado Nervo que él, en pleno ataque de ira y tristeza, había copiado. Y se emocionó. Pensó que en aquel mísero lugar, había algo de belleza. Y se lo hizo saber.
Cuando Víctor y María se fueron, Miguel Ángel volvió a encerrarse en su salita y, en la soledad, empezaron a resonarle las palabras que había pronunciado la hija de su vecino. “¿Qué belleza puede haber en este mugriento lugar?”, se dijo.
Pero releyó la frase y se dio cuenta de que, al igual que cuando se está dentro de la felicidad no se es capaz de visualizarla, su tristeza era un nubarrón tan negro que le impedía ver toda la vida alrededor. Y se le ocurrió una idea para reflotar su existencia.


Rescató aquella agenda y advirtió que, aunque había algunas frases que a él le sonaban medio tontas (por cursis), había otras que, de verdad, le hacían sentir mejor. Así que a la mañana siguiente decidió acometer las obras en su cocina-comedor. Primero hizo una profunda limpieza, después pintó de blanco las paredes y, una vez secas, se dedicó a copiar las mejores frases de aquella agenda.
“La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días” (Benjamín Franklin). Pensó que la anécdota con María había sido algo así, una pequeña gran cosa, así que esa frase estaría en la pared principal.
Y después de pintar en el muro contiguo que “felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace” (Jean Paul Sastre) y que “el hombre más feliz es el que hace la felicidad del mayor número de sus semejantes” (Diderot), encontró la que cerraría aquella especie de obra de arte que había montado en su salita. Le hizo reír tanto encontrarla, además, en el 14 de abril, fecha de su cumpleaños, que comprendió que todo aquello no era una casualidad. Sigmund Freud había escrito alguna vez que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra serlo” y ahora él se sentía tan identificado con aquello que elegía adornar una de sus paredes con esa sentencia.


Antes de reabrir el taller de mecánica, Miguel Ángel invitó una tarde a María para que viese qué le parecía todo aquello que ella había inspirado. Se sintió muy feliz al escuchar aquellas palabras de su vecino y, cuando entró en la sala, sintió un cosquilleo que le recordó a aquel otro que experimentó dos años atrás cuando fue a visitar a su prima Giulia a Roma y visitaron juntas el Vaticano. Con una lágrima asomando a sus ojos, le dijo: “ya que vivimos en Nueva Roma, esto bien podría ser la nueva Capilla Sixtina”.


Insisto en que no sé quién tuvo la idea de llamar Nueva Roma a este barrio, pero aquí sentada en la salita de Miguel Ángel mientras él termina de reparar nuestro coche, caigo en éxtasis leyendo estas frases sobre la felicidad y entiendo por qué lo bautizó “La Nueva Capilla Sixtina”.


(Aldebarán. Escrito el 6 de noviembre de 2007, corregido el 13 de noviembre de 2007)


.......


Hay un taller en Paso de la Arena (Montevideo) que tiene esas frases en las paredes y alguien que se dedicó a copiarlas a partir de una vieja agenda.

El resto es pura invención, pero ese lugar y lo que sentí en él daba para crear un cuento como éste. Espero que lo disfrutéis...

martes, 26 de agosto de 2008

Jamás firmaré un empate

La selección masculina de baloncesto de España estuvo a punto de dar la sorpresa el pasado domingo e imponerse a la de Estados Unidos en la final de los Juegos Olímpicos de Pekín. Los yanquis ya sabían que iban a llevarse la medalla de oro, pero nuestros chicos (para mí seguirán siendo siempre chicos, a muchos los vi empezar en el deporte de la canasta, mammmmma mía, cómo pasa el tiempo) salieron a la pista sin miedo a nada, luchando por ese sueño, aun sabiendo que sería poco menos que imposible.

Una de las cosas buenas que tiene el baloncesto es que no permite el empate, es decir, el partido siempre debe acabar con la victoria de un equipo y la derrota de otro. Aunque hay formas conservadoras de jugar, es imposible, como en el fútbol, apostarle a la igualada; siempre hay algo que arriesgar. Los chicos de Aíto García Reneses perdieron por 118-107, pero desde el principio del encuentro salieron a darlo todo, pensando en que, quizá, si había una posibilidad entre un millón había que luchar por ella.

"Ya no volveré a firmar mi rendición", cantaba hace ya 10 años Revólver en aquel concierto en el Parque de Atracciones. Aun a riesgo de pegarme el batacazo y de perder por goleada de 10-0 ó por una paliza de 140-70, sigo volando e intentando tocar el cielo. Sigo resistiéndome a pactar un empate. Quizá la medalla de oro alguna vez sea para mí...
.......
(La imagen corresponde a la costa occidental de Asturias vista desde el Cabo Vidio)

jueves, 21 de agosto de 2008

El cristal con que se miran las cosas

Hoy pensaba escribir sobre la tristeza que me provocó la jornada luctuosa de ayer, esas 153 personas muertas en el accidente de Barajas. Yo, que me he subido a tantos aviones, que he ido a tantos aeropuertos, que he dormido tantos sueños en el aire, me quedé petrificada al conocer la noticia y sobre todo al ver cómo iba subiendo la trágica cifra de familias afectadas por el dolor.

Y después de pasarme toda la tarde y toda la noche hablando sobre la importancia de vivir el presente y de mirar sólo hacia adelante, tuve la grata sorpresa de una conversación telefónica que confirmó toda esta teoría del optimismo. El fotógrafo Víctor Salas, compañero de trabajo en Santiago de Chile, fue agredido el pasado 21 de mayo por un carabinero cuando cubría una manifestación en Valparaíso. Aunque en un primer momento salvó el ojo (físico), faltaba por confirmarse que su visión no quedase afectada. Después de dos operaciones y a punto de afrontar una tercera, me puse muy contenta al escuchar su voz, su sonrisa, sus palabras transmitiendo vida. Me envió fotos de su 'flaca' y sus dos hijas, de esas mujeres de las que tanto me habló desde el momento en que nos conocimos pero cuya imagen desconocía. Y me contó cosas hermosas, pequeñas cosas, cosas cotidianas...

Aunque la vida tiene golpes duros, como los mejores boxeadores de la historia, hay que saber fajarse y tratar de esquivarlos o bien afrontarlos con los puños en alto y con la mayor entereza. Y esos momentos, sobre todo, deben hacer que disfrutemos con las pequeñas maravillas que nos ocurren a diario. Que un fotógrafo estuviese (o esté, porque aún no está excluida esa posibilidad) a punto de perder su visión (y más de la forma impune en que ocurrió) es grave. Que más de 150 personas hayan perdido sus vidas sin llegar al destino que pretendían al subir a ese avión es infinitamente peor. Pero siempre hay lugar para la belleza, siempre hay lugar para el amor, siempre hay lugar para las palabras lindas... Sólo se trata de mirar todo con otro color...

martes, 19 de agosto de 2008

Amor aroma

Sé que poca gente asumirá como algo normal la historia que voy a contar, pero la traigo aquí porque ha sido una de las cosas más bonitas que me han ocurrido en el viaje que he hecho por Asturias estos días pasados. Siempre he tenido claro que el caballo es mi animal favorito, pero el pasado jueves viví algo alucinante con este precioso ejemplar que veis en la fotografía.

Nuestra excursión de ese día pasaba por Fuente Dé, una majestuosa pared de 1.847 metros de altura en los mismísimos Picos de Europa (aunque en el lado de Cantabria) y a la que se accede gracias a un teleférico que salva los más de 750 metros de desnivel desde la plataforma (donde estamos en el momento de esta foto). Pero como se puede apreciar en la imagen, la terrorífica niebla nos invitó a no subir, no por miedo, sino por evitar un paseo inútil hasta una cumbre en la que no íbamos a poder divisar la cordillera (que es el mayor atractivo de ese paseo a las nubes, nunca mejor dicho).

Yo había comprado en Potes (un precioso pueblo cercano a esta montaña) una caja de galletas de la región para compartir en las alturas con mis compañeras de viaje, como si fuera un ritual de hermandad, así que cuando decidimos no subir, optamos por sentarnos a los pies de esa pared vertical a disfrutar de la impresionante vista y a completar ese 'aquelarre'. A pocos metros, un pobre caballo era acosado por turistas que se acercaban con el ánimo de hacerse fotos con él, de tocarlo, algunos incluso de molestarlo. Nosotras, a la distancia, observábamos su calma en aquel lugar que parecía creado para la más pura reflexión.

De repente un señor nos pidió que le fotografiáramos con su nieta junto al caballo, así que me levanté y, al acercar mi mano a la cabeza del animal para acariciarlo, abrió su boca y me pegó un pequeño mordisco en el antebrazo. No fue nada, es decir, no hubo herida, simplemente fue un toque (marcaje lo llaman quienes entienden de animales), pero fue suficiente como para dejar la señal perfecta de su diente y hasta un moratón alrededor. Cuando se lo conté a las chicas (su situación impedía ver lo que había pasado), todas dedujimos que había sido por el olor de las galletas que habíamos comido y que quizá alguna miga se había quedado sobre mi chaqueta (de color verde, como todo el campo a nuestro alrededor, para más inri). Pero cuando vi que me seguía y que ni siquiera echándole galletas al pasto para que las comiera dejaba de hacerlo, nos dimos cuenta de que lo que le servía como 'cebo' era mi famoso aroma a vainilla; era mi olor (impregnado en la piel y en la ropa) y no el de alimentos ajenos lo que le motivaba...

No convivo con animales, pero he tenido varias experiencias anímicas muy profundas con algunos. Creo que lo del jueves pasado tuvo algo que ver con esto. De alguna forma extraña, el caballo no vio en mí a una humana, sino a una igual, un ser con quien poder jugar y divertirse. Antes de mí no había 'atacado' a nadie ni lo hizo después. Sólo yo conseguí alterar su paz. Y eso sin pretenderlo...

miércoles, 13 de agosto de 2008

Hasta dentro de unos días...

Después de un mes casi sin descansar, por fin dispongo de cinco días libres y me voy a la querida Asturias, a ese norte verde y húmedo, mezcla de montaña y mar, tierra de rica comida y de esa sidriña cuya gracia está más en el proceso de escanciarla y verterla que en su sabor. Cuánta risa compartida en esos momentos...
Volveré el próximo domingo a Madrid (por aquí casi seguro el lunes) y desde ya quiero agradeceros a quienes visitáis habitualmente este espacio, a quienes os asomáis sólo de vez en cuando, a quienes dejáis firmas y a quienes no. Abrí este rinconcito querido con muchas ganas de contar y ahora me siento muy feliz de haber empezado. Un abrazo que os tiña de naranja a tod@s...

martes, 12 de agosto de 2008

Las lágrimas de San Lorenzo

Hace un par de años, estaba inmersa en una bella aventura literario-periodística alrededor del club argentino de fútbol San Lorenzo de Almagro. Aquella publicación, al menos hasta donde yo sé, jamás vio la luz, pero a mí me sirvió para llevar a cabo una preciosa tarea de investigación, de recopilación de datos, de consecución de documentos históricos, de carga importante de pilas (a veces algo tan necesario cuando estamos inmers@s en la rutina del día a día).

Anoche, en Madrid, pude asistir a esa lluvia de estrellas que todos los veranos (en esta parte del mundo) nos inunda y que suele conocerse por "las lágrimas de San Lorenzo" por coincidir, día más día menos, con la festividad de ese santo al que quemaron en una parrilla. En medio de la cotidianidad, otra compañera y yo nos escapamos y pudimos ver, con la complicidad de otro compañero en un lugar que no puedo mencionar (para que, especialmente, él no se meta en líos), unas cuantas estrellas fugaces. Yo sólo vi tres, y digo sólo, porque ell@s consiguieron ver alguna más. No pedí ningún deseo (más allá de los habituales), pero les conté que en Valizas (Uruguay) es habitual verlas cada noche, ya que no hay luz eléctrica alrededor que perturbe ese espectáculo de la bóveda celeste y basta con asomarse al exterior del rancho para dejarse envolver por la oscuridad y la permanente lluvia estelar.

Ya no lloro más por aquel San Lorenzo perdido. En cambio soy capaz de emocionarme ante la belleza más pura...

lunes, 11 de agosto de 2008

Tirando muros...

Hace unos días, un compañero de trabajo hizo un chiste. No sé por qué, estaba metiéndose conmigo por alguna cosa que había hecho o dicho y me dijo "oye, suma pontífice". Sin que me diera tiempo a reaccionar, mi jefe, que había oído todo aquello, respondió -al tiempo que me miraba con toda la picaresca del mundo-: "pues mucha pinta de pontífice no tienes, la verdad". Aunque inmediatamente reaccionó y exclamó: "bueno, sí, si consideramos pontificar como tender puentes, ahí eres la primera".

En el Diccionario de la Real Academia Española, ninguna de las acepciones de pontificar tiene que ver con eso de tender puentes, pero me gusta eso de que la primera idea que yo puedo despertar sea la de constructora de puentes. A veces estamos tan encerrad@s en nuestra burbuja que no somos capaces de salir de ella ni siquiera de gritar pidiendo ayuda; en otras ocasiones nos contruimos unas altas murallas defensivas para que nadie se atreva a saltarlas, aunque nos pudramos de soledad dentro de ellas. Por eso es interesante esa idea de tender una pasarela hacia l@s demás, pero no una que actúe de puente levadizo, que en cualquier momento subamos y bajemos a nuestro antojo; si de verdad queremos establecer vínculos con l@s otr@s tiene que ser a través de los sólidos cimientos de esos puentes romanos o medievales de piedra que tenemos en la Vieja Europa.

Hace poco tiempo fui consciente (creo que ya lo era, pero una situación concreta en el aeropuerto de La Habana me dio para reflexionar sobre el asunto) de que una sonrisa puede ser el mejor pasaporte hacia las personas que tenemos alrededor. Y no sólo como carta de presentación, sino justamente como argamasa para unir las piedras de ese puente hacia el/la otr@. En otras ocasiones, no he tenido que hacer nada especial para que sean otras personas quienes tienden sus puentes hacia mí. Quizá sea cierto eso de que el cuerpo habla por nosotros y un simple gesto (como una sonrisa o una mirada) o la ausencia de él (como no tener los brazos cruzados) ayuden a que el resto de la gente se acerque a nosotr@s. Guardo espléndidas anécdotas de viajes (y cuentos) gracias a esa actitud. Algún día irán apareciendo por aquí...

Ya se acabó con aquella vergüenza de la Humanidad que era el Muro de Berlín. Tratemos de derribar otros que no son tan visibles, pero que son igualmente ignominiosos...

domingo, 10 de agosto de 2008

Después de varias Quilmes...

Hoy vino a casa mi amigo Carlos, quien por cuestiones de trabajo conoció Buenos Aires hace unos meses. Aprovechando su viaje, le encargué la única cosa que siempre pido a la gente que va para allá (o viene a visitarme desde allá): Quilmes Bock (o Stout, me vale cualquiera de las dos). En España se comercializa la rubia, pero justo es la que menos me gusta de las tres (debo reconocer que si estoy en Buenos Aires me sabe a gloria, pero mientras aquí tengamos Mahou no hay nada que hacer...)


En realidad debo confesar que he tomado Quilmes (rubia) en dos bares de Madrid por pura nostalgia, el Xaradonga -donde pasaban todos los partidos de Argentina durante el Mundial de fútbol de 2006- y el Pampa -un lugar muy cutre (palabra intraducible) donde se puede comer choripán con chimichurri y que está decorado con banderas y fotos de Boca Juniors-.



Hace mucho tiempo conocí a una mujer que llevaba el marketing de una empresa que se dedica a la importación de productos de países latinos, pensando en toda la inmigración que hay en España. Me decía que sus precios no eran ni mucho menos baratos pero que su negocio estaba en la nostalgia. En realidad, esa definición me pareció horrible, es decir, comerciar con los sentimientos de las personas, pero tenía toda la razón. A la gente no le importa cuánto tenga que pagar si puede sentir en su nueva residencia los mismos sabores que en su tierra. Recuerdo que el año pasado en Río de Janeiro nuestro técnico, Paco, y yo tuvimos un repentino antojo de un 'bocata' de calamares (uno de los mayores placeres en las tascas madrileñas). De la misma forma, comer aquí un choripán (aunque cueste 3 euros y sea en baguette) o compartir una Quilmes en la terraza de casa (aunque haya tortilla y no pizza para cenar) me lleva a lugares lejanos...



Como homenaje a esos viajes del alma, ahí va una foto de uno de mis rincones favoritos de la capital argentina, uno de los vagones del subte A, al paso por la estación Sáenz Peña...

viernes, 8 de agosto de 2008

Quizá, después de todo, la luna no esté en Pekín...

"Sola arriba, sola.
Tan perfecta y blanca.
Tan alta!
Tan lejos de todo!
Nada arriba, nada.
Ella sola y nada"
(Líber Falco, "Luna")


Reconozco que uno de los grandes sueños de mi vida es ir a unos Juegos Olímpicos. No lo hice como aficionada en Barcelona'92 (cuando más cerca estaban de mí) ni lo he hecho como periodista en Atlanta'96, Sydney'00 o Atenas'04. Por supuesto tampoco estaré en los de Pekín que arrancan hoy...


Confieso que, aunque hace un año yo afirmaba tras los Juegos Panamericanos de Río que sabía que no iría a Pekín, en mi interior siempre albergué ese sueño. A medida que fueron pasando los meses, la ausencia de noticias al respecto me confirmó lo que sospechaba, que en agosto de 2008 estaría viendo los Juegos por la tele ¡¡¡otra vez!!!

Manifiesto que, en esta ocasión (no sé si fue peor en 2004, cuando los Juegos volvían a su cuna, Grecia), me sentí muy dolida, que me sentí muy capacitada, que pensé que yo debía estar ahí en lugar de otras personas que maquillan bien su ineptitud, que creí que era una gran injusticia no estar en esa cumbre del deporte universal.

Ratifico, a día de hoy, que veré cuantas pruebas pueda y que, una vez calmada y siendo consciente de las vueltas que da la vida, quizá la luna que yo andaba buscando no esté en Pekín...

.......
La imagen corresponde a un bar de Begur (Girona)
llamado justamente "La luna"

jueves, 7 de agosto de 2008

Me voy por los tejados...

Como el gato de Joaquín Sabina, me voy por los tejados (en este caso, de Madrid, como los de la imagen) para no ver algunas cosas que suceden y que no me gustan. Esta noche venía a trabajar y, al entrar en el metro, he visto una escena que ya viene repitiéndose hace muuuuuuuuuchos meses: los policías paran a personas extranjeras para reclamarles sus papeles. Viene espeluznándome desde la primera vez que lo vi, pero esta noche todo era dentro de la estación de metro (subte), es decir, sin dejar que salieran a la calle y todas esas personas contra la pared.
El otro día me decía mi amiga Carol, que vive en Lavapiés, quizá el barrio más multicultural de toda la capital, donde se concentran desde la gente veterana de siempre a nacionalidades como India, Pakistán, Bangladesh, Nigeria, Marruecos, etc... y decía que era habitual ver situaciones así por las calles, un montón de negros arrinconados contra la pared por la autoridad.
Ver eso mismo esta noche en el metro al lado de mi casa me ha hecho temblar y recordarme (una vez más) que no me gusta esto que llamamos 'primer mundo'. No me seduce nada este engendro que hemos creado. No recordamos de dónde venimos, pero parece claro que no sabemos dónde vamos. Ahora todo el mundo levanta la voz contra Italia y Berlusconi y sus militares en la calle y su ultraderecha y qué sé yo cuántas cosas más, pero ¿no es mucho peor vivir en un país teóricamente de izquierdas, que defiende no sé cuántas más cosas sociales y después vivir situaciones como ésta?
Lo dicho, perdonadme, pero hoy me voy por los tejados...

martes, 5 de agosto de 2008

"No sos aquella aficionada"


Una vez me dijiste, cuando yo protestaba por las oportunidades que las nuevas generaciones de becarios tienen para viajar por el mundo dentro de la misma empresa (cosa que yo no), que yo ya no era una becaria y que no debía aspirar a esos mismos logros aprendices sino a otros más profesionales. Anoche alabaste una de mis fotografías y dijiste "no sos aquella aficionada", refiriéndote a la mejora en mis imágenes, lo cual viniendo de un profesional me llenó de orgullo.

Pero en realidad voy más allá en el análisis y puedo decir orgullosa que ya no soy una becaria de la vida, quizá algo aficionada si acaso, pero siento que, día a día, me gradúo en algo nuevo, que cada día mejoro en algo o crezco en algo. Y lo que es mejor: todos esos estirones ya no conllevan dolor, como cuando era adolescente y sentía cómo los huesos daban de sí. A veces, hasta siento realmente que vuelo...

(La foto corresponde a la Plaza Mayor de Almagro, un pueblo de la provincia de Ciudad Real, conocido mundialmente por su Corral de Comedias del siglo XVII)

lunes, 4 de agosto de 2008

Hoy hace un año que...

"Me importa registrar que la vida no se diluye. Tengo necesidad de acostarme de noche y pensar qué pasó en el día. Me parece que siempre fui así. En mi barra adolescente era yo quien decía 'hoy hace un año que...'"
(Marisa Silva Schultze en entrevista concedida a Lil Bettina Chouhy y publicada junto con la reedición de "Qué hacer con lo no dicho")

Me reconozco en esa frase de Marisa. Yo también soy de esas personas que se encarga de decir "hoy hace un año que..." o "han pasado dos semanas desde que...". Sé que siempre fui así, no me queda muy claro el porqué, aunque quizá, como dice la autora, la explicación sea esa vinculación con la memoria.

¿A qué viene esta foto de Gabriel Peluffo? Hoy, 4 de agosto, hace un año que fui por primera vez al Mincho Bar y, por esas cosas graciosas de la vida, apenas horas después de tomar unas cuantas 'grappas' en ese templo montevideano, escuché por primera vez a Buitres. Estábamos en el Bartolomé y, después de dos temazos como "Clara" (de No Te Va a Gustar) o "Cuatro ebrios" (de la Bersuit), de repente salió por los altavoces "Cadillac solitario". Aluciné con el hecho de escuchar ese clásico de Loquillo y los Trogloditas allí, pero igual el vino y la felicidad me animaron a cantar. Iván me miró raro y dijo: "pah, no puedo creer que estés cantando algo de Buitres". Yo abrí los ojos de par en par y repliqué: "¿Cómo de Buitres? Esta canción es de Loquillo". Ahí supe que esta banda uruguaya había versionado este famoso tema del rock español.

Un día después, en el Rodó Bar, me llegó una copia de "Mientras" y, aunque no venía la versión del 'Cadillac', sí me encontré con su famosa "Mincho Bar". En la misma mesa donde yo recibí ese regalo, meses después nos reuníamos un grupo de chicas (en una noche de ésas de 'sólo mujeres' y después de ver a Fernando Cabrera en el Taranco, mamiiiita) y nos deshacíamos en elogios (por decirlo elegantemente) hacia el señor Peluffo mientras seguíamos en la pantalla del DVD sus movimientos en una actuación de la banda.

Poco iba a imaginar yo en ese momento que el 15 de julio de 2008 Gabriel Peluffo dejaría, para mí, de ser un cantante para convertirse en persona de carne y hueso con la que compartir café, agua con gas y una increíble charla de dos horas sobre música, pero también sobre mil cosas más. Pocas veces en la vida se da que una entrevista con un personaje famoso no suceda como periodista versus entrevistado, sino como un encuentro entre DOS PERSONAS que conversan. Eso sí que fue cerrar el círculo por completo (por cierto, la foto corresponde al 16 de julio, instantes antes de su concierto en la Sala Moby Dick, de Madrid).

The same deep water as you

Aquella era otra noche lluviosa, otra más. Las nubes impedían ver las estrellas. Yo erraba solo por la ciudad, así que busqué cobijo en aquel bar. El ambiente de aquel antro era aún más decadente y siniestro que la lluvia de la calle. Me senté en una de aquellas pequeñas mesas para solitarios y empedernidos bebedores. Había un escenario. Sobre él, un grupo ejecutaba una melancólica imitación de The Cure.
En aquellos momentos creo que me hubiera dado igual la canción que interpretasen. Pero el Destino quiso que fuera ésa que tanto me gustaba. No recuerdo (nunca pude lograrlo) su título. Era lenta y comenzaba con aquella frase: "kiss me goodbye". Reflejaba tanto mi alma...
Dejé que mi corazón se abandonase a las tristes notas de aquella melodía. Una camarera rubia y guapa (siempre son rubias y guapas, ¿por qué?) se acercó a mí con maneras insinuantes.
Su minifalda enseñaba más de lo que muchos hubiesen querido ver. Pero a mí no me importaba. No escuché lo que me decía. Yo sólo oía a aquel chico que ejercía de líder del grupo. La batería marcaba cada uno de los latidos de mi corazón: "I will kiss you forever". Pero no. No duró siempre.
Volví a la realidad ante aquella rubia. Pedí uno de esos combinados que te queman el estómago y te anulan la consciencia. Para cuando la camarera regresó, yo estaba demasiado hundido por la canción. Pero me bebí aquel brebaje. Quería emborracharme y dejar de sentir dentro de mí la lluvia que regaba las calles. Ya no había lágrimas. Ya habían cesado. Pero era necesario ahogar cualquier sentimiento...
El grupo (nunca me enteré del nombre del conjunto) seguía tocando. Me alegré (todo el contento que mi estado permitía) porque siguieron imitando a The Cure. Era mejor una mala copia de mi grupo favorito que un perfecto plagio de uno de esos conjuntos cursis.


... ... ... ... ... ... ... ...

Si pincháis en la foto (tomada el 6 de marzo de este año en Madrid) podréis escuchar la canción que motivó este cuento. No es muy perfecto técnicamente, sino el producto de la escritura automática provocada por el tema, uno de mis favoritos dentro de la discografía de mis adorados The Cure. Si lo escucháis, entenderéis perfectamente el tono del relato.

domingo, 3 de agosto de 2008

Tarde de domingo

"Domingo por la tarde
me vienes a buscar
y vamos a perder el tiempo un rato (...)
Dan el mundial en la tele del bar
España vuelve a casa
yo juego al futbolín contigo,
sinceramente da lo mismo
¿qué importará quién pierde o gana?
Si nunca nos jugamos nada"
(Amaral, "Tarde de domingo rara")

Leyendo a Casandra me he inspirado en esto del domingo tarde para mi caminito de hoy. Ya sé que ahora mismo en Montevideo no hace el espléndido tiempo que refleja esta fotografía, pero éste fue mi primer paseo por la rambla, un domingo de diciembre de 2006, con calorcito y mate (por supu). Mi gran anfitriona, Daniela, me había llevado la noche anterior al Fun-Fun, esa mañana a Tristán Narvaja y por la tarde de domingo, claro, rambla.

Hace un par de meses puse en casa "El lado oscuro del corazón" y lloré como una boba, pues no había vuelto a verla desde que 'viví' en Ciudad Vieja. Me emocioné reconociendo esquinitas, calles y hasta 'el cordón de la vereda' (jaja), por no hablar de esos viajecitos en buquebús. Ayer, sin llegar a las lágrimas, me ocurrió algo parecido porque elegí "Whisky" como película de sobremesa. Me di cuenta de que la proyectaron en el Festival de Cine de San Sebastián de 2004 y desde entonces no había vuelto a verla entera (sí alguna imagen suelta en televisión).

¿Qué significa esto? ¡¡¡Que yo aún no conocía Uruguay!!! Si ya en aquel momento me impactó, sin haber ido al paisito, os podréis imaginar lo que fue ayer. Sigo sin ir a Piriápolis (yo soy valicera) ni a la canchita del Tanque Sisley (soy violeta), pero logré sentir ese aire de las callecitas de Montevideo, reconocerme en esa emoción de descubrir el mar desde algún rinconcito, saborear el mate en la cocina...

Todo esto venía a que hoy es domingo tarde, a que en Madrid hace muchísimo calor y a que mientras desde el equipo de música sale jazz en mi corazón resuena Jaime diciendo eso de "extraña el aire del puerto cuando anuncia temporal".

sábado, 2 de agosto de 2008

314 (tres catorce)


¿Recuerdas las matemáticas que estudiábamos en la escuela? Sí, ya sé que jamás te gustaron tanto como la geografía o la literatura, pero seguro que te acuerdas del número pi, ¿verdad? Aquella letra griega que expresaba la relación entre una circunferencia y su diámetro a través de una de aquellas complicadas fórmulas.

Quizá nadie le daría importancia al hecho de que tu habitación fuese la número 314, pero yo sé que las cosas no suceden por casualidad. Y hoy me he sorprendido dando paseos concéntricos alrededor de tu hotel, el mismo que engalana con bombillas su fachada desde tu adiós para avisar tanto al servicio como a sus clientes –y, por supuesto, a mí- de que, con tu marcha, se quedaron sin luz.


... ... ... ... ... ... ... ...


Hoy os traigo este cuentito que escribí hace ya cinco años (marzo de 2003). Ojalá os guste...

viernes, 1 de agosto de 2008

Las manos

"Las manos sirven para tocar, para rezar, para estrujar y acariciar, para excitar y acogotar, para encender y para apagar. Hay quienes leen las manos (advierto que en ese tipo de lectura soy analfabeto) para anunciar el futuro. Las manos tienen un índice que señala y un meñique especialista en escarbar orejas; falangetas y huesos metacarpianos, dedo anular para los anillos y puños para noquear o tirar la toalla.
Las manos tienen uñas para arañar y dedos para el piano, el violín, el arpa y la guitarra. Las manos son especialistas en el prólogo erótico; en los aledaños del ombligo y las masculinas en particular en los pezones. También en los epílogos sexuales para lo cual pueden elegir las zonas más propensas.
Hay manos para todo y manos para nada..."
(Mario Benedetti, "Manos", de su libro "Vivir adrede")

Acabo de tropezarme con esta fotografía que saqué en mi primer viaje a París (en octubre de 2005). Esta escultura pertenece a la colección permanente del Museo Rodin, de ese famoso escultor francés al que, a pesar de admirar su obra artística, aborrezco en lo personal por su manera de tratar a Camille Claudel, su discípula y amante y con un indudable talento -superior incluso al suyo- que ahora parece empieza a reivindicarse. Pero bueno, no quería hablar de la relación Rodin-Claudel (quizá otro día), sino de las manos. Como decía, buscando algo inspirador para mi entrada de hoy, he encontrado esta foto que jamás mostré públicamente (de hecho, la calidad en pantalla no es muy buena, porque viene de un negativo) pero que me encantó desde el momento de verla revelada.

Es como si quisieran atrapar la luz que entra por la ventana, pero al tiempo dejar que vuele lo que llega a ellas; es como si quisieran guardar un secreto (como el nombre de otra de sus obras, ésta es "La catedral") y al instante querer soltarlo.

Las manos son esas marcas que nos muestran al mundo y que, de la misma forma, nos permiten reconocer el mundo en el que estamos. Nos sirven para escribir, para tocar (acariciar), para golpear, para saludar, para sostener, para acompañar, para abrazar, para cocinar, para comer... Confieso que he llegado a enamorarme de hombres a través de sus manos, de las historias que contaban sus marcas, de la sangre que corría por sus venas tan visibles, de sus dedos mágicos, de su aleteo en el 'lenguaje no verbal', de su fortaleza, de su sensibilidad. Pero, de la misma forma, ayer -viajando en el metro- vi un muchacho joven al que le faltaba uno de sus brazos, no entero, sólo del codo hacia abajo. Lo imaginé abrazando a alguien y supuse que todo esto de lo que hablo quedaría reducido a la mitad; pero al mismo tiempo pensé en la cantidad de cosas que nos decimos sin las manos y que si el amor existe no importa a través de qué sentido se exprese...

De todas formas y mientras podáis, aprovechad para tocar a quien está al lado, agarrad la mano de ese alguien que os importa, acortad las distancias con quienes a veces levantan barreras, seguid el instinto...