Por primera vez se invirtieron los papeles y no solo era él quien esperaba, sino quien hacía burlas al otro lado del cristal (como ella bromeaba cada noche en su despedida a través de la ventanilla). Sus ojos de niño chico sonreían tanto como sus labios. Tenía ganas de sorprenderla. Y ella, tan apurada hasta ese instante bajando los escalones, dejó ya de correr. Su rostro, tan apagado el resto del día, volvió a iluminarse...
Por primera vez sonó música lejana durante el vaivén noctámbulo del metro. Y tan ocupados estaban sorbiéndose el alma a través de los ojos que no advirtieron que el acordeonista ambulante estaba ya a su lado tras recorrer el resto del vagón. Él, con un cierto rubor en las mejillas, esbozó un suave "hola", por lo que ella se dio cuenta de que el artista se había situado a su espalda y que estaba dispuesto a dedicarles un tema.
"Es la historia de un amor / como no hay otro igual..."