miércoles, 18 de febrero de 2009

Hace 18 años que tuve 18 años

Me permito la licencia de parafrasear al gran Serrat para decir que hace 18 años que tuve 18 años. No me había dado cuenta de este detalle hasta que anoche un compañero me hizo ese juego de palabras. Ayer, hace 36 años, en un pequeño pueblito de Ávila llamado Sotillo de la Adrada (a unos 80 kilómetros de Madrid) llegué a este mundo, que no es ni mejor ni peor que otros, es ÉSTE. 

Ayer, hace 36 años, mi madre me parió con la única ayuda de su suegra, una hermana suya llegada de Badajoz y el médico local. Sin epidural. No digo que sea ni mejor ni peor, sólo que FUE ASÍ y que me encanta presumir, en estos tiempos, de ser 'de pueblo' y de haber nacido en la casa de mi abuela (que se fue hace mucho más que 18 años).

No recuerdo el día que cumplí 18 años. Imagino que, en aquella época, lo celebraría con mis amigas del instituto, de las que sólo una sigue dentro de mi vida. Era el último año, estudiábamos lo que entonces se llamaba C.O.U., es decir, Curso de Orientación Universitaria, que en realidad era pura preparación para el examen de selectividad que nos permitiría acceder a una carrera. Es decir, la orientación ya la habíamos decidido años antes, cuando nos tocó seleccionar 'letras' o 'ciencias'. Tres compañeras de la clase elegimos estudiar Periodismo, a pesar de que muchas profesoras nos hablaron del mal futuro que tendríamos. Hoy dos de ellas trabajan en gabinetes de comunicación y yo en una agencia de noticias bastante importante. Ahora, viendo cómo transcurrió todo, no me arrepiento de uno solo de mis pasos. Escribo, que es lo que quería hacer; quizá no todo lo que quisiera o como quisiera, pero no puedo decir que equivocara mis pasos. Respecto a las amistades y las relaciones personales, afortunadamente después llegó todo lo mejor... Pero como me gusta hacer balances de todo y analizar lo que ocurre en la vida, no digo que fuera culpa de nadie, sólo que yo también tenía que CRECER...

Desde que nací, el hecho de que mi padre fuera socio del Atlético de Madrid marcó mis colores futbolísticos como aficionada. Tengo algún leve recuerdo de mis visitas al estadio Vicente Calderón (ése que desaparecerá en poco tiempo), como aquel 75 aniversario del club en el que actuó ¡¡¡Rafaella Carrá!!! y en el que hubo tantos fuegos artificiales que yo me asusté. Claro, tenía sólo cuatro años. Él, todo orgulloso de su primogénita, me llevaba los domingos en la vespino que tenía para moverse por Madrid y nos sentábamos con su grupo de amigos a ver el fútbol. Esta parte no la recuerdo, pero me la han contado tantas veces que casi puedo visualizar la imagen de una 'mica' metida ahí entre hombres. Más o menos lo que, con el transcurrir de los años, ha sido mi trayectoria profesional. No digo que esto sea positivo o negativo, sólo GRACIOSO.

A los 18 no soñaba ni por asomo con tener amig@s de otros lugares del mundo ni mucho menos con viajar a Sudamérica. Hoy me resulta imposible concebir la vida sin algun@s de ell@s. Anoche, horas después de cumplir los 36, recibí un lindo regalo de cumpleaños, un relato sobre un jugador 'bolso', Santiago Ostolaza, cuya historia desconocía (a pesar de que llevo años trabajando con el fútbol latinoamericano, me falta tanto por aprender...) y pensé en la cantidad de idas y vueltas que tiene la vida, aunque sea trasladada al mundo del fútbol. El domingo pasado pude ver en vivo el Atlético de Madrid-Getafe, que terminó 1-1 con goles de dos uruguayos, Forlán para los locales y Alvín para los visitantes, y cuando marcó el rojiblanco la gente le obsequió con gritos de '¡¡¡u-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo!!!' a pleno pulmón. Lo dicho: idas y vueltas.

Con 18 años tenía una máquina de escribir tradicional para hacer los trabajos de la universidad en el pequeño 'zulo' que era mi habitación familiar y una máquina de fotos bastante cutre; con 36 vivo en mi casita naranja, tengo un portátil y una cámara digital, escribo en varios blogs y tengo e-mail, he viajado a lugares del mundo con los que siempre soñé como Ushuaia (el fin del mundo) o Rapa Nui (isla de Pascua).

Con 18 años yo no me gustaba nada (aunque creo que esto es algo bastante habitual en la adolescencia) y ni siquiera soñaba con las maravillosas sorpresas que la vida iba a depararme; con 36 estoy bastante a gusto con mi persona y trato de disfrutar esos regalos de la vida según llegan. Con todo.

Hace 18 años que tuve 18 años. Y lo mejor de todo es que no volvería a ellos por nada del mundo...

jueves, 12 de febrero de 2009

Una (mínima) historia uruguaya

"(Déjales) Que defiendan la casualidad como principio
frente a la causalidad de los azares..."
(Luis Eduardo Aute, "El resto es humo")

Hace unos días, revisando los blogs por los que suelo pasearme, llegué al de Raúl, uno de mis visitantes más recientes. Su última entrada hablaba de una película uruguaya, "Gigante", pero sobre todo hablaba de un amigo, del que hacía mucho tiempo no sabía nada y que, por los avatares de la 'internetional' (como dice Aute), se había encontrado en una famosa red. Su amigo,
 con el que había coincidido en un antiguo grupo de teatro, era Horacio Camandule, nada menos que el protagonista del mencionado filme. Seguidora del buen cine uruguayo que se ha hecho en los últimos años (confieso que me incorporé a partir de "Whisky" y me encantaron "La perrera", "El viaje hacia el mar" o "El baño del Papa"), leí con atención su texto sobre otro éxito de la creación del paisito bla bla bla...

De repente llego a la siguiente crítica: "Camadule, hasta ahora actor de teatro, se ganó a la Berlinale con su gigante de ojos tiernos, empleado del turno de noche en un supermercado, que como todos sus colegas espía a los trabajadores a través de las cámaras de vídeo del establecimiento". Y me digo que no es posible, que no puede ser que se trate de la misma película...

A finales de septiembre de 2007, recibí un correo muy curioso. Un gran amigo (grande por la cercanía -a pesar de los miles de kilómetros de distancia- y por tamaño y, como le pasa a Camandule, con cara de bueno) me contó, por correo, una (mínima) historia uruguaya que, en sí misma, hubiera merecido una película. Omito los nombres, por respeto a quienes protagonizaron aquella escena tan surrealista y, por supuesto, a quienes finalmente están en el equipo de esta exitosa película (además, hay acotaciones no en cursiva para mantener el anonimato). Pero he decidido contarla (previa autorización) porque me parece una prueba demostrativa de que el mundo es un auténtico pañuelo...

"Me pasó algo increíble, casi surrealista pero digna del Uruguay. Me subo al (bondi) 116 y en una parada sube XXX (con quien había trabajado en "La Perrera"); al principio no lo reconocí pero él a mi sí, se sienta al lado y me dice ¿te acordás de mi? Ahí lo reconozco, nos saludamos etc. A continuación me empieza a decir que quería ofrecerme una prueba de casting para hacer el papel protagónico en una película!!!!! Yo lo miraba como si estuviera loco, en pedo o drogado, pero no, el tipo estaba re tranquilo y me lo planteaba con mucha convicción, que necesitaban un tipo grandote con cara de bueno, jajaja, que no conseguían actores con esas características, que me había visto en una entrevista (...) y que se dio cuenta que yo era el indicado, que el papel era el de un empleado de seguridad de un supermercado que
 se enamora de una empleada pero es un poco duro y tímido y no sabe cómo encararla, que no era tan difícil, que no tiene parlamentos largos... todo esto en lo que dura el viaje de la Ciudad Vieja al laburo. A todo esto yo insistía con mi negativa, que era incapaz de hacer eso (...) y que no servía para exponerme, que ni en pedo y que no y no y no. Bien, creo que al fin se convenció de que no iba a ningun lado conmigo, cuando me estaba bajando me grita: seguro ¿no?. Me parece una anécdota bastante rara, pero me divierte mucho contarla. ¡Es el Uruguay!"

(El 116 a su paso por el Teatro Solís frente al Bacacay)

Creo que no puedo añadir mucho más a esta historia, más allá de la sorpresa que me provocó leer semejantes artículos (reseñas, críticas, etc.) sobre una película que, a pesar de estar a este lado del mundo, conocía antes de su nacimiento y, como digo, del convencimiento de que el mundo es mucho más pequeño de lo que nos creemos, de que las conexiones que nos unen a las personas son mucho más fuertes de lo que somos capaces de advertir y de que es ridículo que los seres humanos se empeñen en acotar con fronteras espacios que van más allá de lo inimaginable.

sábado, 7 de febrero de 2009

La belleza volvió a AUTErretratarse

"Seguro que si John Lennon estuviese vivo apoyaría el movimiento antiglobalización y su famoso lema 'otro mundo es posible' porque éste es insoportable". Frases como ésta o apelaciones al amor ("no se estila mucho decir 'te quiero' al despedirse de alguien, es más usual escuchar 'ahí te pudras'") han sonado todo el tiempo entre canción y canción durante las tres horas que ha durado el magnífico concierto de Luis Eduardo Aute en Madrid.


La excusa era la presentación (un par de meses después de su publicación) de "Memorable cuerpo", el increíble cofre-libro que contiene los tres "AUTErretratos" (los dos publicados con anterioridad y el tercero que vio la luz, por separado, el pasado martes; en total, 6 cds) y el disco ya descatalogado "Invisible" (todas las canciones interpretadas en inglés), así como un DVD con conciertos inéditos y una recopilación de fotografías y trabajos pictóricos. Si estos días atrás se me llenaba la boca hablando de la maravilla que suponía encontrarse con una radio como Clarín, hoy reivindico la figura de Luis Eduardo Aute (ya sé que no soy nada original, ya la reivindica mucha gente) como adalid de la utopía y de la belleza, como estandarte de formas de vida ya olvidadas (a sus 65 años sigue sin tener móvil y, por ejemplo, cuando hoy interpretó "Pasaba por aquí" terminó diciendo: "Se nota que esta canción la escribí hace mucho porque hoy con los móviles nadie diría eso de 'ningún teléfono cerca'") y portavoz del AMOR ("hoy ya no se hace el amor, sólo se fornica; antes la gente se amaban unos a otros y ahora se trata de joderse los unos a los otros").


Del concierto se puede hacer la ficha técnica, que pasa por la cantidad innumerable de canciones que interpretó (no sé si sería capaz de enumerarlas todas) o por los músicos excepcionales que le acompañan en sus últimos trabajos (Tony Carmona en la guitarra; Billy Villegas, bajo; Igor Toukalo, teclados; Jota Marsán, batería; y Cristina Narea, coros, guitarra y percusión) o por los mínimos fallos de coordinación en alguno de los temas (por supuesto, perdonados y aplaudidos por el público entregado que abarrotaba el Palacio de Congresos) o por la correcta iluminación del escenario o por la original apertura del recital, con Aute entre bambalinas cantando "Invisible"...


Pero ni esto es una crónica periodística ni yo puedo hablar de Aute con la cabeza. Así que os haré mi ficha emocional...


Esta noche he visto a Aute en el mismo escenario donde lo vi por primera vez hará cerca de 10 años (si no se han cumplido ya), aunque en aquella ocasión yo estaba en las gradas superiores, lejos muy lejos de la primera fila en la que estaba hoy (y yo, respetuosa, sin cámara de fotos ¡¡¡y había gente grabando en sus mismas narices!!!) A mi derecha estaba mi hermana, que tuvo la suerte de ver en su primer concierto 'autiano' este larguísimo recital; hacia la izquierda, pero no en la butaca contigua, estaban Julia, Miriam y Antonio, con quienes ya había compartido unos cuantos conciertos (y no sólo de Aute). Y justo en esa butaca contigua a mi izquierda, como en otros tantos, estaba Álex, mi gran amigo, aunque en realidad él es una de esas personas que dejan pequeño el conocido concepto de la amistad...


Tuve la suerte de cruzarme con él hace ya 17 años, en la época en que estudiábamos Periodismo y, aunque podría dedicar líneas y líneas a hablar de nuestra amistad, me centraré en su pasión por Aute y en cómo fue dándome a conocer su música (conocer en profundidad, se entiende; ya sabía quién era y qué música hacía, obvio). Ni siquiera recuerdo cuándo ni cómo ni por qué hablamos de él, sólo recuerdo aquella maravillosa cinta (claro, era la época del 'cassette') con canciones como "La Belleza" o "Hafa Café" o "Las cuatro y diez" o "Sin tu latido" o "Cada vez que me amas" (todas ellas sonaron hoy, por cierto) que me regaló un buen día.


En todos estos años, hemos compartido unos cuantos conciertos suyos en distintos lugares de Madrid, pero también una lectura de poemas (la presentación de su libro "Volver al agua") en la placita del Museo Reina Sofía. Y por supuesto la proyección en el Pequeño Cine Estudio (un lugar que, como Aute, parece fuera del mundo) de su maravillosa película de dibujos "Un perro llamado dolor", un espléndido trabajo de creación pictórica mezclado con su infinita erudición (a la que, lamentablemente, no se le dio tanta repercusión como merece, pero ya se sabe que hay categorías reñidas con el mercado: 'cantautor', 'arte', 'minimalismo'...)


Y hoy, por fin, hemos regresado al Palacio de Congresos para ver esa puesta en escena con los músicos en el escenario y el gran protagonista jugando al escondite mientras cantaba "Invisible". Los dos coincidimos en que, después de ese comienzo, nos daba igual si todo terminaba ahí...
Pero no, no terminó y, aunque siempre faltan canciones (porque es imposible cantar todos los temas de 40 años de carrera) como "Arrebato" o "Alevosía" o "Quinta del Sordo" o "Imán de mujer" o "No te desnudes todavía", entre otras, hubo momentos sublimes, como cuando interpretó "Che qué mal" (dedicada a su amigo Carlos Arjona, fallecido en 1997) y la emotividad provocada por la canción en sí y por la explicación previa que dio sobre el origen de la misma hizo que el propio Aute terminase entre lágrimas; o cuando largó un discurso maravilloso previo a "Siglo XXI" (tema homenaje a "Cambalache", de Enrique Santos Discépolo, y crítica feroz a lo que él suponía, en 1990, sería la siguiente centuria y, como hoy mismo reconoció, se quedó corto ante la aplastante realidad).


Pero, sin duda, el que me sigue maravillando es un cuento que ya hizo tras sacar su disco "Alas y balas" -y que hoy repitió- al respecto de su canción "Giraluna". En un campo lleno de girasoles imaginó un "girasol disidente, que iba por libre", que se negaba a postrarse como los demás al atardecer y que, tras insistir en su oposición y mantenerse levantado infinitas noches, una noche la luna se colocó frente a él para que la viera y, no contenta con eso, otra noche le mostró su cara oculta. Y el girasol disidente quedó más feliz que unas castañuelas... "Esto pasó por tres cosas: tuvo fe, defendió su criterio propio y nunca perdió su curiosidad" (Aute dixit). Me parece un gran resumen de lo que debe ser la actitud ante la vida...


Luis Eduardo Aute nos llamó "héroes" al comienzo del recital porque "venir hasta aquí con la que está cayendo, en todos los sentidos..." (en alusión al frío pelón que hacía esta noche en Madrid y, cómo no, a la crisis económica) para él suponía todo un mérito. Y nos anunció que sería "generoso en canciones". Así fue. Cuando parecía que todo acabaría con "A día de hoy", hubo varios bises más, aunque como ya es habitual en los últimos tiempos lo más emocionante llegó cuando se quedó solo en el escenario, con su guitarra, cantando como en los viejos tiempos (yo nunca viví eso, pero debía de ser así en los escenarios de los 70) temas como "Anda", "Las cuatro y diez" o "De alguna manera" para cerrar con una escalofriante interpretación de "Al alba", a capella, ya sin guitarra, con un respetuoso silencio en la platea que después se convirtió en atronadora ovación.


Siempre he tenido la impresión (más desde que viajé a Sudamérica por primera vez y vi cómo se adora allí a algunos artistas españoles) de que no valoramos demasiado lo que tenemos en casa cuando de cantautores hablamos. Más allá de la multitudinaria gira que Sabina y Serrat hicieron ("Dos pájaros de un tiro"), en la que llenaron todos los recintos donde tocaron, no son personas a las que escuchemos habitualmente en tal o cual radio y sus letras, aunque no se puede decir que gusten sólo a una minoría, no están en la cotidianidad y, en muchos casos, alguien que demuestra su amor por un cantautor es 'alguien raro' ("¿pero todavía canta?", "¿sigue vivo?", "pero si ya no tiene nada nuevo..." son frases que alguna vez escuché). Creo que Aute es otro de esos grandes olvidados. Más allá de su faceta musical, sobradamente conocida, la pintura (su gran pasión) le ha llevado, por ejemplo, a exponer hace poco en Quito, en la casa de Oswaldo Guayasamín, porque eran muy amigos y éste siempre tuvo el sueño (cumplido ahora después de su muerte) de que aquél presentase sus cuadros en Ecuador. Son las cinco de la madrugada en España cuando termino de escribir esto y no he visto una sola crónica ni fotografía del concierto en ningún medio de comunicación (y eso que estamos en plena era digital).


Si habéis resistido la lectura hasta aquí, os doy las gracias porque es lo más largo que he escrito hasta ahora en el blog (creo que yo también, como Aute, quise ser generosa en palabras). Y ni siquiera sé si os habrá quedado claro lo que ocurrió esta noche en el concierto...

miércoles, 4 de febrero de 2009

Que el letrista no se olvide de los tangos de Clarín...

Hace dos días descubrí, gracias a la red de redes, que podía escuchar la programación completa de Clarín, esa radio uruguaya dedicada al tango. Ese hallazgo llegó por 'culpa' de un cuento que estaba escribiendo para el taller, para el que necesitaba algún dato concreto como a qué hora sonaba Troilo o cuáles eran las horas del folclore.

Para quienes me leáis desde aquellas tierras, quizá esta entrada os parezca una ridiculez, pero necesito explicar a quienes jamás han escuchado esta radio la extrañeza que supone para alguien de 'fuera' (aunque no creo que pueda admitir eso de sentirme foránea en un lugar como Montevideo, pero bueno...) una programación en la que a todas las horas pares suenan 30 minutos de Carlos Gardel, ese músico por cuyo nacimiento se pelean dos (e incluso tres, si metemos a Francia en la pugna) países y a todas las impares folclore; o esos anuncios con voces como de otro tiempo y entonaciones rimbombantes; o esas advertencias (que sólo pueden darse en Uruguay) para que la gente no tome mate mientras maneja porque, en caso de frenazo, la bombilla puede acabar con su vida.

Disfruté de Clarín en momentos inolvidables, cargados de Belleza (así con mayúscula), e imagino que eso la convierte en parte de mi universo particular...

Lo más gracioso fue descubrir (qué soberbia la mía, pensar que esa radio sólo integraba mi mundo y el de nadie más) que una canción de Jaime Roos la mencionaba. A finales de 2007 escuché por primera vez "Que el letrista no se olvide..." y, semanas después, al intentar desgranar cada una de las frases del tema entendí en una de sus estrofas eso de "...los tangos de Clarín".

Ahora ya he descubierto que esa emisora resume muy bien la idiosincrasia del pueblo uruguayo (o al menos del que yo conozco, que después de leer el comentario de Santi el otro día no creo que sea más de una ínfima parte). Por si acaso, ahí va el siguiente anuncio (leído con la entonación que antes mencioné):

"Gardel... folclore... candombe...

asado de tira... fútbol...

tortafrita cuando llueve...

boliche... truco con muestra...

mate y termo...

Clarín clavada en el dial,

¡qué lindo es ser oriental!"

(Bar Fun Fun, en Montevideo)