miércoles, 24 de diciembre de 2008
Un brindis por tod@s vosotr@s: ¡¡¡Salud!!!
Sólo tenemos tres alternativas:
El ayer, el presente y el mañana
Y ni siquiera tres
Porque como dice el filósofo
El ayer es ayer
Nos pertenece sólo en el recuerdo:
A la rosa que ya se deshojó
No se le puede sacar otro pétalo
Las cartas por jugar
Son solamente dos:
El presente y el día de mañana
Y ni siquiera dos
Porque es un hecho bien establecido
Que el presente no existe
Sino en la medida en que se hace pasado
Y ya pasó... como la juventud.
En resumidas cuentas
sólo nos va quedando el mañana
Yo levanto mi copa
Por ese día que no llega nunca
Pero que es lo único
De lo que realmente disponemos".
(Nicanor Parra, "Último brindis")
viernes, 12 de diciembre de 2008
En las nubes
Vista desde el Cabo Vidio (Asturias, norte de España)
Esta especie de oso se apareció ante mis ojos en Varadero (Cuba)
viernes, 5 de diciembre de 2008
El esfuerzo vs las ganas
jueves, 4 de diciembre de 2008
Los adioses
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Hoy Marito dice...
domingo, 30 de noviembre de 2008
El tiempo está después...
viernes, 28 de noviembre de 2008
El amor en el tiempo
miércoles, 26 de noviembre de 2008
Días extraños
lunes, 17 de noviembre de 2008
Fuma y súbete al escenario...
martes, 11 de noviembre de 2008
Escribir como respirar
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Cuando lo virtual se materializa...
domingo, 2 de noviembre de 2008
Vacaciones (V, capítulo final)
miércoles, 29 de octubre de 2008
Vacaciones (IV)
2. Encuentro maravilloso con las amigas de Montevideo.
3. Sol y mate en la rambla.
4. Patricia y Don Pascual a pleno.
5. La nueva barra montevideana (gato, va por vos).
6. El regreso a Ciudad Vieja, a mis antiguas calles.
7. El Mercado del Puerto y el Museo del Carnaval.
8. TANTA, PERO TANTA BELLEZA...
Seguimos en Uruguay... Seguiremos informando
miércoles, 22 de octubre de 2008
Vacaciones (III)
martes, 21 de octubre de 2008
Vacaciones (II)
lunes, 13 de octubre de 2008
Vacaciones (I)
viernes, 10 de octubre de 2008
Vuelvo al sur...
lunes, 29 de septiembre de 2008
Luz en la noche desértica
- Interrumpimos la emisión de este programa, cuando son algo más de las cuatro y cuarto de la madrugada, para dar paso a nuestra compañera Lourdes Martín, de los servicios informativos. Adelante, Lourdes…
- Hola, buenas noches. Acabamos de conocer la noticia que llevábamos varios días esperando, el estallido de la guerra en Irak. Según adelanta un boletín de la Agencia EFE, fechado en Washington, el presidente estadounidense George Bush ha anunciado, con un discurso desde la Casa Blanca, que han comenzado hace unos minutos los ataques selectivos a objetivos militares. Según el mismo teletipo, el mandatario norteamericano “afirmó que ésta es la primera fase de una amplia campaña militar destinada a acabar con el régimen iraquí del presidente Sadam Husein”. La redacción de nuestros servicios informativos, nuestra corresponsal en Washington y los enviados especiales a Bagdad ya están trabajando para traerles lo antes posible la ampliación de esta, como decíamos, terrible pero esperada noticia…
- Gracias, Lourdes, por traernos la más candente actualidad, aunque lo cierto es que hubiéramos preferido no tener que escuchar esa información. Como ya les ha adelantado mi compañera, en breve podremos tener más datos de este suceso que marcará el devenir de los próximos no ya días, sino quién sabe si meses… Por nuestra parte, terminaremos el especial que habíamos dedicado a las bandas sonoras de Michael Nyman y a las cuatro y media cortaremos para dar paso a los servicios informativos, ya ininterrumpidamente hasta las siete, cuando arranque “Buenos Días”…
Lourdes salió del estudio de radio casi con lágrimas en los ojos, pero especialmente cabreada por la impotencia que le provocaba aquella situación. Ella y Martín, como millones de personas en España, habían protestado en las calles y se habían manifestado en contra de la posibilidad de que el gobierno de su país se involucrase en ese conflicto, dando su apoyo a Bush.
A pesar de que la noticia exigía un esfuerzo supremo por parte de la redacción de informativos de la emisora, sus jefes le permitieron salir a su hora para que fuera a descansar un rato antes de iniciar la dura jornada del “día después”, así que recogió el bolso y los papeles que había dejado encima de la mesa y se fue a casa.
En la retina aún tenía frescos los fogonazos que, en la madrugada iraquí, equivalían a bombas y que, como si de una película de ciencia ficción se tratase, eran emitidos por las televisiones locales, así que cuando cerró la puerta tras de sí no fue capaz de entornar los ojos inmediatamente. Se fue a la cocina, preparó un colacao y encendió la radio para seguir martilleando su cabeza con lo que sus compañeros iban actualizando. Y, en medio de toda esa rabia acumulada, cayó en la cuenta de que en Buenos Aires todavía era medianoche y pensó que seguramente Martín estaría aún despierto.
Desde que su chico se fue para cumplir con el encargo de la empresa de poner en marcha allí una nueva delegación comercial, hacía ya dos semanas de eso, trataban de conectarse a internet todos los días para enviarse, al menos, un mensaje aunque fuese de buenas noches. Pero esa madrugada, Lourdes estaba tan rabiosa por todo lo ocurrido que pensó que lo único que salvaría al mundo de monstruos como Bush o el propio Husein –porque ella tampoco creía que Sadam fuera ningún santo- sería apostar al amor y quiso escribirle una carta, algo más larga de lo habitual, al hombre al que tanto quería y al que ahora tenía tan lejos, justo en una noche en que necesitaba esos “dos o tres segundos de ternura” a los que siempre cantaba Aute en los conciertos que habían compartido. Así que se conectó y las palabras fueron saliendo a borbotones como la sangre que mana de la herida…
“Mi querido Martín:
Hoy quiero escribirte una carta de amor. Hoy quiero convertir las palabras en lazos intangibles que anuden (aún más, si esto es posible) nuestros corazones. Hoy quiero creer que los sentimientos anidan en nuestras almas y que las quimeras son alcanzables. Hoy quiero dedicarte mis mejores líneas, las más puras, las menos contaminadas, los versos más exquisitos para tocarte con la yema de mis dedos lo más hondo del alma.
Hoy quiero escribir esta carta al amor más puro, al amor con mayúsculas porque quiero reivindicar su existencia y su disfrute. Y porque si algunas personas lo conocieran seguro que no pensarían en bombardear pueblos ajenos ni defender ideas o intereses propios en contra de vidas humanas, sean culpables o inocentes.
La luna llena ilumina el aire y tu ausencia se me antoja insoportable.
Hoy quiero apelar a esa sonrisa que dibujo cuando no te tengo delante y recuerdo anécdotas; a esos impulsos que siento de vez en cuando de pararme en medio de la calle para gritar tu nombre; a tus cálidas palabras y a la delicadeza de tus preguntas cuando temes interrogarme, para seguir creyendo que el ser humano tiene alma.
Hoy quiero recordar todos los abrazos de los malos momentos y las carcajadas de los instantes felices.
Hoy quiero plasmar el brillo de tus ojos en este papel mate porque necesito fingir un mundo coloreado y reluciente.
Presento como pruebas para ganar este juicio todos los mensajes cariñosos que siempre nos enviamos y todas las lágrimas de felicidad que derramamos al unísono por envolvernos con una melodía o escuchar una frase impactante de labios del otro.
Hoy quiero escribirte esta carta porque eres mi ser favorito, porque eres a quien más quiero, tanto que sólo tu felicidad puede ser la mía, tanto que me enamoro de las cosas que tú amas.
La tristeza ante lo ya sabido, la impotencia ante lo ya conocido me abruma. Saber que es inútil cualquier esfuerzo, cualquier grito… Hoy necesito escuchar tu potente voz en mis oídos para convertir el eco de las bombas en olvidadiza pesadilla. Quisiera transformar todo este coraje, todo este odio, toda esta rabia en algo positivo. ¿Dónde están los buenos propósitos?
Quiero confiar en que los sueños están ahí para alcanzarlos, que son metas por las que hay que continuar en el camino, no luchar ni pelear. Son dos verbos que hoy no quiero utilizar.
Hoy me quiero manifestar con pancartas de amor hacia ti, lavar todas las sábanas que encuentre y llenarlas de eslóganes románticos. Quiero que toda esta gente que hay por ahí fuera sepa que te amo.
Ojalá estuviésemos viendo una película y las lucecitas verdes de la noche desértica se apagasen para que apareciese el fin en pantalla. Pero lamentablemente la sangre que brota de todas estas heridas no será pintura y los muertos no resucitarán para almorzar en el set de dirección.
Ésta no es una carta de salvación, de conciencia de que sobrevolamos las ruinas de la civilización y las miserias de la humanidad, sino una certificación de que nos queremos y de que por ese amor vale la pena vivir y de que, aunque se pueda pensar que la vida es asquerosa y sin sentido, de repente una luz como la tuya y un amor como el nuestro sirven para rescatarnos del hondo pozo de un día como hoy. Habrá gente que no lo sepa jamás…
Ojalá todo fuera tan sencillo como en la serie ‘Embrujadas’. Bastaría con mover las manos y hacer conjuros y cocinar pócimas para acabar con demonios como los que nos dirigen. Es muy triste saber que estamos dominados por ellos…
En esta triste noche, sólo puedo decirte que te amo más que nunca… El beso más cálido en la noche más fría… Luli”
Después de vaciar su corazón de aquella forma tan rotunda, se fue a dormir no sin antes besar la foto de la mesilla, ésa en la que Martín y ella se abrazaban a la sombra del Partenón mientras se carcajeaban por salir corriendo tras preparar el disparador automático de la Canon. Se dio cuenta de que necesitaba su abrazo esta noche, pero al tiempo pensó que él, al menos, lo sentiría cuando abriera el correo de madrugada o a la mañana siguiente, cuando ya la noticia fuera ‘vox populi’ y no sólo el avance para las ‘aves nocturnas’.
(Aldebarán, 29/05/07)
.......
(Este cuento, como otros publicados aquí, los escribí en el entorno de "El Invernadero", ese mágico lugar donde crecen relatos como plantitas, con calorcito y mucho amor. El próximo jueves arranca su nueva andadura...)
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Marito dice hoy...
martes, 23 de septiembre de 2008
La distancia se salva...
viernes, 19 de septiembre de 2008
Espiando el sueño ajeno
se sabe cuándo pasar o doblar la apuesta,
cuándo correr y abrazar,
y cuando cantar te quiero..."
(Jaime Roos, "Por la mirada")
jueves, 18 de septiembre de 2008
El ombligo del mundo
sábado, 13 de septiembre de 2008
El Gato Utópico en las calles de Amelie (y III)
viernes, 12 de septiembre de 2008
El Gato Utópico en las calles de Amelie (II)
miércoles, 10 de septiembre de 2008
El Gato Utópico en las calles de Amelie (I)
sábado, 6 de septiembre de 2008
Lo necesario
No, no es casualidad que NECESER y NECESIDAD vayan de la mano en esta hoja. Sin intermediarios, sin barreras, sin obstáculos.
Esta casa encierra el latido de un corazón que, aunque pudiera parecer lo contrario por la soledad que me rodea, no es el mío. Hace poco tiempo descubrí que en mi cuarto habita un ser vivo y, desde luego, no soy yo.
Una noche de estío tomé un vuelo sin retorno hacia el resto de mi vida. Ignorante de la teoría del no-regreso (aquella que defiende que la persona que emigra nunca es idéntica a la vuelta), creí que los papeles que mi mano derecha estrangulaba, un pasaporte y un billete de avión, garantizaban el retorno.
Aunque ahora el espejo devuelve diariamente el rostro de aquella mujer que partió y la matutina infusión amarga continúa abrasando sus resecos labios, su corazón quedó anclado en otro mar y, en el supuesto retorno, un sucedáneo rojo ocupó su lugar.
Pese a su rubor, esta maleta se hace fuerte en el suelo de la habitación y, lejos de querer embarcarse en otro nuevo viaje, como alguien sugirió, encierra en sus férreas paredes la diáfana memoria de un pasado vagabundo.
El carrete de fotografías que gasté de principio a fin con mis compañeros de expedición, primeros planos, momentos dulces, bellos paisajes, risas interminables, sigue guardado en el sobre que me entregaron en la tienda tras su revelado.
Las imágenes empiezan a combarse, el papel ya está ajado por el tiempo y los colores desvaídos, pero no quieren salir de ahí. Cuando alguna vez he tratado de quitarles ese envoltorio para guardarlas en su álbum correspondiente, he sentido el escalofrío de quien entierra a alguien querido. Como si la tapa de cartón fuese una lápida infranqueable y mis pobres personajes quedasen sepultados tras ella.
Junto a las fotos, conservo las postales compradas y jamás enviadas, inequívoca referencia de la excepcionalidad de este viaje. Vistas de las playas, del centro de la ciudad, de sus monumentos más conocidos, de sus parajes más hermosos… Todos esos reversos siguen tan vírgenes como cuando cayeron en mis manos. Así continuarán…
Al levantar estos paisajes ficticios tropiezo con la cuenta del restaurante donde festejamos tu aniversario. No es que esta reliquia dineraria guarde un significado especial pero sí evoca aquella delirante escena, cuando a falta de velas para la tarta del postre, pedí al camarero un encendedor para prender ¡¡¡un palillo!!! Te hice soplar para pedir un deseo… Lamentablemente, no fui yo…
Sujeta a esta nota atesoro un incunable, tu único manuscrito: un plano de la ciudad con los trazos de tu dibujo y la cálida dedicatoria de quien cumplió 36 años el día anterior y lo festejó con una extraña sorprendentemente cercana.
Sigo escarbando en los sesos de esta memoria roja que se resiste a la derrota que supondría su desalojo. Como “amantes okupas” permanecen anudados en su interior la tarjeta telefónica que compramos el primer día y la factura del hotel donde nos dijimos adiós.
Un bolígrafo azul asoma su punta entre los papeles. No sé dónde estará la tapa, pero sé que la tiene. Yo, al menos, la guardé. Éste es un nuevo habitante del neceser. A la vuelta de aquel viaje yo siempre manchaba las hojas con él, como una forma de mezclar tus huellas con las mías.
Mas su tinta se agotó. No sé si aquello tendría algún paralelismo con mi sangre…
Ahora esta pluma viaja en el interior de esta nave roja, como aquellos cuadernos que compartimos y que enterré para no extrañarte aún más.
Una etiqueta de Iberia adherida a una de las paredes del maletín me recuerda quién era yo antes de partir. Ahora ni lo sé…
Alguna vez me he armado de valor y he abierto el neceser para vaciarlo con las ganas de quien acomete una empresa importante. Pero una doble cremallera ejerce de celosa guardiana que vela ante ojos ajenos por la castidad de este tesoro: un montón de objetos almacenados que me hablan y me ruegan que vuelva a cerrar para no evaporarse, para no desvanecerse, para continuar en su embalsamamiento nostálgico.
No preciso joyas o riquezas para subsistir. Me bastan para ser feliz aquellas pequeñas cosas a las que cantaba Joan Manuel Serrat y por eso para mí lo imprescindible está guardado en esta maleta. Estoy convencida de que, igual que los nombres de las personas tienen relación con quienes son, así sucede con los objetos.
No, no es casualidad que este corazón rojo se llame NECESER, porque alberga todo aquello que es NECESARIO.
No, no es casualidad que NECESARIO desfile antes que NECESER en las páginas del diccionario y que después aparezca NECESIDAD, que significa carencia de las cosas que son menester para la conservación de la vida. Como tú.
No, no es casualidad que hoy se cumplan NUEVE meses desde que te conocí y, por tanto, parir esta historia sea LO NECESARIO.
jueves, 4 de septiembre de 2008
Montevideo es ELLA
martes, 2 de septiembre de 2008
Por el mundo
buscando el tuyo,
entre sombras que no hace tu cuerpo,
entre besos que no ofreces,
bajo nubes que no te acompañan;
y cuando abro los ojos
al despertarme
es como si me hubiese caído de la tierra".
(Carilda Oliver Labra, "Por el mundo")
domingo, 31 de agosto de 2008
miércoles, 27 de agosto de 2008
La (nueva) Capilla Sixtina
Miguel Ángel había vivido en Nueva Roma desde que tenía nueve años, cuando sus padres se trasladaron de Sevilla a Montevideo en busca de una vida mejor. Pero lejos del inevitable destino que imponía su artístico nombre, Miguel Ángel creció entre piezas mecánicas, grasa y suciedad, herencia del taller paterno.
“Lo de Luis” era el sencillo nombre que tenía aquel pequeño local y por el que era conocido en el vecindario, de donde no pasaba su clientela. No daba para mucho, pero al menos pudieron ir tirando.
Miguel Ángel debió asumir todas las tareas del taller y de la casa cuando sus padres decidieron volver a España para acabar allí sus días. Él había empezado a salir con Marta, una chica a la que conoció en una de sus escasas visitas a la Ciudad Vieja, y sentía que su lugar estaba ahí, en Nueva Roma. Pero, tras dos años de convivencia, Marta le abandonó. Se había enamorado de un compañero de laburo, le dijo, recogió sus cosas y se fue, dejándole en medio de una importante crisis en el negocio y, sobre todo, en una inmisericorde soledad.
Miguel Ángel cerró el taller durante varias semanas, en las que sólo se alimentaba con arroz –eterno compañero de desventuras- y tomando mate –porque siempre había yerba en casa-. Perdió varios kilos, se dejó crecer la barba y se abandonó por completo en el mantenimiento de la higiene. Sí, estaba deprimido. Ni siquiera era capaz de llorar. Nunca supo si aquello que sentía por Marta era o no amor, pero ahora extrañaba su presencia y, en plena soledad, suponía que con ella había vivido algo semejante a la felicidad.
Una tarde regresó del corto paseo que solía dar por el campito contiguo a la casa y, buscando una navaja para cortar unas cuerdas, encontró en un cajón una agenda de 20 años atrás. “¿Quién mierda guardaría esto aquí?”, se preguntó y, tras comprobar que era de su madre, comenzó a hojearla.
Descubrió que, en lugar del santoral al que su vieja era tan aficionada, aquella agenda incluía una frase diaria para mejorar el estado de ánimo. Y leyó la que correspondía a ese 15 de octubre: “La felicidad es como la neblina ligera: cuando estamos dentro de ella no la vemos” (Amado Nervo).
Se quedó meditando durante unos minutos. “Y encima el pelotudo se llamaba Amado, hay que joderse”, murmuró para sus adentros y, después de cabrearse consigo mismo y con el resto de la humanidad, agarró una brocha que tenía tirada en el suelo y decidió pintarla sobre la ennegrecida pared.
“Para que nunca la olvides, boludo”, se dijo a sí mismo pensando en la oportunidad perdida con Marta. Jamás pudo culparla a ella, siempre encontró una excusa para autoproclamarse responsable máximo de la ruptura. Y ahora esta frase venía a ser su sentencia, un algo así como “enterate de lo que tuviste y no supiste ver”.
Aquel siniestro lugar permaneció semiabandonado hasta que un día llegó Víctor, uno de sus clientes más fieles, que precisaba ayuda con la furgoneta. Miguel Ángel no tenía demasiadas ganas de atender al vecino, pero lo hizo por una cuestión de lealtad. Víctor, al verlo tan ruinoso, se preocupó por su estado y le ofreció una mano, pero Miguel Ángel le tranquilizó y dijo que todo pasaría. Aunque ni él mismo confiaba en eso.
María, la hija de Víctor, le acompañaba ese día al taller y decidió esperar en la salita que Miguel Ángel usaba como cocina y comedor. A pesar de la suciedad del lugar, se sentó en una de aquellas desvencijadas sillas de madera y comenzó a repasar los detalles. Al levantar la vista hacia la pared frontal, vio aquella frase de Amado Nervo que él, en pleno ataque de ira y tristeza, había copiado. Y se emocionó. Pensó que en aquel mísero lugar, había algo de belleza. Y se lo hizo saber.
Cuando Víctor y María se fueron, Miguel Ángel volvió a encerrarse en su salita y, en la soledad, empezaron a resonarle las palabras que había pronunciado la hija de su vecino. “¿Qué belleza puede haber en este mugriento lugar?”, se dijo.
Pero releyó la frase y se dio cuenta de que, al igual que cuando se está dentro de la felicidad no se es capaz de visualizarla, su tristeza era un nubarrón tan negro que le impedía ver toda la vida alrededor. Y se le ocurrió una idea para reflotar su existencia.
Rescató aquella agenda y advirtió que, aunque había algunas frases que a él le sonaban medio tontas (por cursis), había otras que, de verdad, le hacían sentir mejor. Así que a la mañana siguiente decidió acometer las obras en su cocina-comedor. Primero hizo una profunda limpieza, después pintó de blanco las paredes y, una vez secas, se dedicó a copiar las mejores frases de aquella agenda.
“La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días” (Benjamín Franklin). Pensó que la anécdota con María había sido algo así, una pequeña gran cosa, así que esa frase estaría en la pared principal.
Y después de pintar en el muro contiguo que “felicidad no es hacer lo que uno quiere sino querer lo que uno hace” (Jean Paul Sastre) y que “el hombre más feliz es el que hace la felicidad del mayor número de sus semejantes” (Diderot), encontró la que cerraría aquella especie de obra de arte que había montado en su salita. Le hizo reír tanto encontrarla, además, en el 14 de abril, fecha de su cumpleaños, que comprendió que todo aquello no era una casualidad. Sigmund Freud había escrito alguna vez que “existen dos maneras de ser feliz en esta vida: una es hacerse el idiota y la otra serlo” y ahora él se sentía tan identificado con aquello que elegía adornar una de sus paredes con esa sentencia.
Antes de reabrir el taller de mecánica, Miguel Ángel invitó una tarde a María para que viese qué le parecía todo aquello que ella había inspirado. Se sintió muy feliz al escuchar aquellas palabras de su vecino y, cuando entró en la sala, sintió un cosquilleo que le recordó a aquel otro que experimentó dos años atrás cuando fue a visitar a su prima Giulia a Roma y visitaron juntas el Vaticano. Con una lágrima asomando a sus ojos, le dijo: “ya que vivimos en Nueva Roma, esto bien podría ser la nueva Capilla Sixtina”.
Insisto en que no sé quién tuvo la idea de llamar Nueva Roma a este barrio, pero aquí sentada en la salita de Miguel Ángel mientras él termina de reparar nuestro coche, caigo en éxtasis leyendo estas frases sobre la felicidad y entiendo por qué lo bautizó “La Nueva Capilla Sixtina”.
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martes, 26 de agosto de 2008
Jamás firmaré un empate
Una de las cosas buenas que tiene el baloncesto es que no permite el empate, es decir, el partido siempre debe acabar con la victoria de un equipo y la derrota de otro. Aunque hay formas conservadoras de jugar, es imposible, como en el fútbol, apostarle a la igualada; siempre hay algo que arriesgar. Los chicos de Aíto García Reneses perdieron por 118-107, pero desde el principio del encuentro salieron a darlo todo, pensando en que, quizá, si había una posibilidad entre un millón había que luchar por ella.
"Ya no volveré a firmar mi rendición", cantaba hace ya 10 años Revólver en aquel concierto en el Parque de Atracciones. Aun a riesgo de pegarme el batacazo y de perder por goleada de 10-0 ó por una paliza de 140-70, sigo volando e intentando tocar el cielo. Sigo resistiéndome a pactar un empate. Quizá la medalla de oro alguna vez sea para mí...