martes, 14 de agosto de 2012

Gracias por hacernos soñar


Yo tenía once años durante aquel verano. Estaba de vacaciones en Badajoz, pero a las cuatro de la madrugada estaba delante de la televisión para ver aquello que parecía un sueño: la selección española de baloncesto iba a jugar una final olímpica. En aquellos Juegos de Los Ángeles'84, el rival fue -como no podía ser de otra manera- el equipo local, en cuyas filas estaba un jovencísimo Michael Jordan (aún universitario, pues era la época en que los profesionales de la NBA aún no podían integrar el equipo). Por supuesto perdimos aquel encuentro, pero aquella noche estaba diseñada para el disfrute. Bastaba con ver terminar el partido y que nuestros jugadores se colgaran la medalla de plata del cuello...

¡Quién nos iba a decir en aquel momento, 28 años después, que unos cuantos jugadores de la selección española serían integrantes -importantes integrantes- de equipos de la liga estadounidense; que una derrota por siete puntos de diferencia (107-100) iba a saber a poco -muy poco- después del partidazo jugado; que los yanquis -con toda su artillería pesada, quizá el combinado más cercano en calidad al Dream Team de Barcelona'92- iban a jugar nerviosos por no conseguir despegarse de la chepa a esos descarados!

Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 han sido, sin duda de las mujeres -al menos en cuanto a la delegación española se refiere- pero no quería dejar de dedicar este homenaje a un deporte que llevo tantos años siguiendo y que me ha dado tantos momentos lleno de emoción (de los buenos y de los malos). Porque estoy segura de que mucha gente, en todo el mundo, el domingo se puso la camiseta de España con la esperanza de que, por fin, alguien derrotase a Estados Unidos. Tercera final (Pekín 2008 fue la anterior), tercera derrota. Pero el otro día vimos que NO ES IMPOSIBLE.

1 comentario:

Albertobé dijo...

El partido fue grande. El equipo fue grande. El rival, grande. Lo mejor, la decepción: fue grande.

La cara, la actitud de los jugadores después del partido y en el podio demostraba que ellos mismos habían creído en la victoria. Pero habían creído de verdad, sin ensoñaciones ni anhelos más o menos ilusos. Un equipo que está contento con una medalla de plata es un equipo feliz con el premio de una derrota. La selección no podía ser feliz porque no logró aquello en lo que creían y se veían capaces. Se comportó, por tanto, como un equipo grande. Y lo demostró en cuanto que exigió lo máximo de su rival: alguno de los jugadores dijo que si los estadounidenses hubieran jugado al 99'9 por ciento, habrían perdido.

No sé si volveremos a tener una oportunidad parecida. De hecho creo que varios de los jugadores eran conscientes de ello, por su edad. Sólo sé que lo que la selección nos ha dado nos ha hecho, también a los aficionados, más grandes.