martes, 30 de junio de 2009

En el limbo

Hoy no soy del turno de noche ni he empezado el de tarde.
Puede decirse que estoy en el limbo...

Ayer me despedí entre abrazos, buenas palabras y sonrisas (creo que llegamos al acuerdo tácito de guardar las lágrimas para otros momentos) de muchas personas. Mañana llegarán otras nuevas, cuyas caras y expresiones aún desconozco. Cuento con la ventaja de que algunas de ellas tampoco saben quién soy yo...

Se supone que es un momento de balance en mi vida, pero no me salen demasiadas palabras. Imagino que, cuando los adioses están tan a flor de piel, cuesta trabajo escribir algo con cierta coherencia. Por eso, a la espera de bajar al suelo y darme cuenta del gran salto que estoy dando, me mantengo en el limbo de esta calurosa noche...

sábado, 27 de junio de 2009

Basta con haber estado allí un día...

"Basta con haber estado allí
un día
para aceptar la vida
y buscar tenazmente el amor"


He encontrado esta frase en internet leyendo cosas sobre Juan Carlos Onetti y, como no soy muy 'onettiana' (no porque no me guste, sino porque soy una absoluta ignorante de su obra), no sé si la frase es suya o de Gustavo San Román, del que se cita su artículo "La geografía de Santa María en El Astillero" (dejo la puerta abierta a quienes quieran sacarme de esta duda).

No puedo entrar a opinar sobre esa recreación fabulada que es Santa María, puesto que no he leído ninguna de esas novelas que se desarrollan en ella y eso sería una absoluta osadía por mi parte. Simplemente quiero decir que encontré esa frase y se me apareció Montevideo...

domingo, 21 de junio de 2009

Viva la vida

Hace unos días encontré, por casualidad, algunos vídeos de la última gira de Pet Shop Boys (la misma que, en las próximas semanas, los traerá por España). Eso de que la gente acuda con sus cámaras a los conciertos y existan canales como youtube permiten vivir por adelantado algunas emociones (procuré no ver demasiado, justamente para evitar perderme el factor sorpresa que siempre va implícito en los recitales de este dúo inglés).

El pasado viernes, repasando estos vídeos con otro amigo también muy seguidor del grupo, encontramos que en el repertorio de la gira "Pandemonium" (que así se llama) Pet Shop Boys han incluído el tema "Viva la vida", mundialmente conocido tanto por los premios recibidos por Coldplay como por los juicios abiertos a sus 'creadores' por plagio.

Muchos medios de comunicación se hicieron eco de que Joe Satriani demandó a Coldplay por las 'semejanzas' entre su tema "If I could fly" y el famoso "Viva la vida". Para quien quiera comprobar si ese parecido existe, nada mejor que escuchar esta versión que alguien se encargó de colgar en la red...



¿Qué tiene todo esto que ver con el hecho de que Pet Shop Boys versionen ahora a Coldplay en sus conciertos? Lejos de estar relacionado con una 'reinterpretación' de temas, como hicieron con "Where the streets have no name" (de U2) o "Always on my mind" (de Elvis Presley), me parece una maniobra más que acertada de Neil Tennant y Chris Lowe. Poca gente, más que en algún foro minoritario, ha comentado el increíble parecido que existe entre "Home and dry", publicada en el disco "Release" en 2002, y "Viva la vida" (posterior). Y me parece que este dúo, lejos de montar ninguna polémica, ha decidido actuar de la mejor forma posible. Entre "Domino dancing" e "It's a sin", dos de sus canciones estrella, interpretan esa 'versión' de la banda de Chris Martin. Si alguien duda entre el parecido de estas dos canciones, que escuche esto...



Debo confesar que, en general, Coldplay me gusta bastante, pero también me parece que cada uno debe ser reconocido en su justa medida. Y que este tema recibiese el Grammy a la mejor canción del año con estos antecedentes me da que pensar: ¿será que quienes conceden los premios tienen tan escasos conocimientos musicales que se limitan a escuchar -y por tanto galardonar- lo que más se promociona? ¿será que ya no importa la originalidad? ¿será que la única forma de dar importancia a unos premios -este debate también surge cada año con los Oscar en cine- es que se los lleve gente de cierto nombre y apellidos?

(Para quien tenga más interés en conocer la versión de "Viva la vida", de Pet Shop Boys, que entre en youtube y lo busque. Por mala calidad del vídeo, decidí no colgarlo aquí)

lunes, 15 de junio de 2009

"Un brindis por mis amigos, los gigantes de la vida..."

(Hoy quiero compartir este artículo que escribí en 2007, durante los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro, y lo hago porque un español, Pau Gasol, acaba de proclamarse campeón de la NBA. Apenas unos añitos antes, en 2001, lo vi ganar la Copa del Rey en Málaga, cuando era jugador del F.C. Barcelona. Por el ala-pívot catalán, pero sobre todo, por el camino 'quijotesco' -he leído este calificativo en 'El País' y me ha encantado- que inició aquel increíble personaje llamado Fernando Martín, que se fue a Estados Unidos cuando era poco menos que una locura, hoy brindo por quienes en algún momento nos emocionamos con la locura del basket, sea del color que sea).

Concepción M. Moreno

Río de Janeiro, 26 jul (EFE).- Seguro que este estribillo de la canción "Altos", de Jaime Roos, resonó anoche con más fuerza que nunca en Uruguay, después de la victoria de su selección de baloncesto sobre Estados Unidos, la primera en la historia de los Juegos Panamericanos.

El compositor, uno de los músicos más afamados de Uruguay (Montevideo, 1953), hizo esta creación junto a Raúl Castro para homenajear a los jugadores de 'basquetbol' del país.

"Un brindis por mis amigos, los gigantes de la vida / en madrugadas perdidas y derrotas entre llantos / esos muchachos sencillos que van con todo al rebote / a cachetearle a la suerte y a ganarle por un tanto", dice el estribillo de ese tema.

Y no por un punto, sino por nueve, triunfaron anoche los hombres de Alberto Espasandín sobre los estadounidenses (72-81), en un partido memorable.

Los norteamericanos, a pesar de no acudir con grandes estrellas de su liga profesional, la NBA, siempre son favoritos para los torneos de baloncesto, pero en este caso se encontraron con esa máxima de 'cría cuervos y te sacarán los ojos', ya que el mejor de los uruguayos fue Esteban Batista, un ala-pívot criado deportivamente en los Atlanta Hawks.

"Los llevan a practicar en el cuadrito del barrio / 'tenés que jugar al basquetbol', les insisten sin cesar / cuando empiezan a embocar sueñan con ser goleadores (anotadores) / y el dia que hacen 20 goles (puntos) nadie los quiere bancar (aguantar)", sigue cantando Roos.

Y, efectivamente, más de 20 goles (tantos) son los que anoche hizo la estrella del combinado 'celeste'. Veinticinco puntos (ocho de 13 en tiros de dos y 9 de 11 en libres), siete rebotes y una asistencia fueron los números del ala-pívot uruguayo para convertirse en el mejor de esa noche memorable.

Animados por los graderíos de un 'pabellón amigo' (desde el arranque de los XV Juegos Panamericanos, cualquier competidor -ya sea individual o por equipos- de Estados Unidos recibe constantes abucheos), que coreaba, a pesar de su acento brasileño, "Uruguay, Uruguay", los jugadores de la 'celeste' fueron creciéndose más ante el gigante del norte, que hoy pareció más chiquito que nunca.

"Casi siempre son los últimos en la fila de la escuela / esos flacos desgarbados qe no paran de crecer / si después de cada gripe se levantan más arriba / y muy rara vez encuentran ropa que les quede bien", recuerda la canción de Roos.

A buen seguro que los jugadores de Espasandín no quieren quedar como los últimos de la fila en estos Panamericanos Río 2007. Y nada mejor, por el momento, que comenzar con una victoria inesperada sobre Estados Unidos.

Roos es un reconocido aficionado al fútbol, seguidor del Defensor de Montevideo y recordado autor de temas como "Cuando juega Uruguay" (sobre la selección 'celeste' de balompié) y "Los olímpicos" (sobre la emigración uruguaya con evocación incluida a los oros en los Juegos de París'24 y Amsterdam'28), pero seguro que anoche muchos habitantes del 'paisito' (como cariñosamente se denomina a Uruguay) eligieron escuchar el tema "Altos" antes de irse a dormir. EFE
cmm/jmg

sábado, 13 de junio de 2009

Lágrimas por un euro (o ponerse nostalgiosa un sábado por la tarde)

Salir por Madrid a veces se convierte en tarea imposible para muchos bolsillos. La subida generalizada de los precios en muchos servicios se nota especialmente en los momentos de ocio, cuando alguien quiere ir al cine, al teatro o a algún concierto, o a tomar una cerveza o un café. Pero de vez en cuando ocurren milagros...

Hace unos cuantos días me llegó al correo la información sobre un ciclo de cine argentino que hay todos los años en el Palafox, en pleno centro de Madrid. Ninguno de los títulos ha sido previamente estrenado (en salas comerciales) en la capital española, así que al aliciente de venir de allende los mares se le suma el de la novedad. Pero de todo el programa me llamó la atención algo que estaba esperando desde hace muchísimo tiempo (desde que conocí su existencia): el documental "El Café de los Maestros", del director Miguel Kohan y producido por Gustavo Santaolalla, Lita Stantic y Walter Salles. Así que hoy, sábado, fui a la sala para ver ese espectáculo estético-musical en pantalla grande. Y, al llegar a la ventanilla, me encontré con la grata sorpresa de que costaba ¡¡¡un euro!!! (aclaro aquí que el precio habitual de las películas en las salas convencionales -es decir, existen otras como Casa de América o Filmoteca, a precios reducidos- es de 7,5 euros).

Hace un par de años vi en Montevideo una gran película llamada "El último bandoneón", de Alejandro Saderman, en la que la odisea de una joven en busca de un doble A (el stradivarius de los bandoneones) para entrar en una orquesta dirigida por Rodolfo Mederos sirve como excusa para presentar un bello panorama de las milongas porteñas y los veteranos que se juntan semana a semana (aunque sea en un garaje de barrio) para tocar este increíble instrumento.



Iba muy predispuesta a llorar amparada en la oscuridad del cine, pues sabía que me emocionaría viendo esta película. Lo que no imaginaba es que mis sollozos y mis mocos no se iban a escuchar ¡¡¡porque casi toda la sala estaba igual!!! Entonces comprendí que no es lo mismo ver (o escuchar) tango en Buenos Aires/Montevideo que hacerlo en Madrid, que las distancias aumentan el sentimentalismo, que la nostalgia y la melancolía suponen un nexo de unión tan fuerte como la universalidad de la música.

Uno de l@s 'maestr@s' que protagonizan la peli (ahora no recuerdo exactamente quién lo dice) comenta en una de las entrevistas que "quien sabe hacer un silencio, sabe hacer tango", en relación a esos segundos mágicos que se producen en los grandes tangos, en los que de repente todos los instrumentos a una dejan de sonar y un silencio desgarrador se apodera del aire. Más allá de la lectura musical, a mí me pareció una gran metáfora de la vida, sentí que definía perfectamente cómo el alma puede quedar encogida ante las grandes emociones (sean visuales, sonoras, de piel...), cómo a veces nos quedamos sin palabras para definir lo que ocurre y cómo todo eso lo refleja a la perfección el tango.

Carlos García y José Libertella (ya desaparecidos), Horacio Salgán, Mariano Mores, Virginia Luque, Osvaldo Berlingieri, Leopoldo Federico, Ernesto Baffa y otros más reciben un cálido homenaje desde la realización del proyecto de la película hasta la conclusión de la misma, en un apoteósico final en el Teatro Colón, de Buenos Aires. Para quienes piensen que el tango es sólo cosa de una orilla del Río de la Plata, entre las figuras destaca Lágrima Ríos (que también se fue poco después de colaborar en el documental y en el disco de Bajofondo Tango Club "Mar dulce") con su peculiar estilo y, cómo no, imágenes de Montevideo y sus llamadas...

Un sábado por la tarde es un momento ideal para ponerse nostalgiosa. Y es cierto que se puede hacer gratis, que no hay que hacer grandes gestos y mucho menos grandes desembolsos para algo así, que basta con sacar fotos del cajón o leer un libro de poemas o mirar el atardecer por el balcón. Lo peculiar es que se pueda contemplar semejante espectáculo y vivirlo en comunidad (creo que así se puede definir lo de esta tarde) por sólo un euro...

lunes, 8 de junio de 2009

Letargo desértico (cuento)

Me parece increíble reposar en calma, tomando un vino y aspirando este aroma nocturno, teniendo en cuenta que hace unas horas estaba absolutamente desesperada por salir de aquí. Sentada en este restaurante, llamado “Casa Piedra”, evoco mi llegada a San Pedro como algo lejanísimo y sólo ocurrió esta mañana. Eran las cinco de la madrugada cuando el taxi me recogió en mi refugio santiaguino para llevarme al aeropuerto donde tomaría el vuelo a Calama.

Había marcado hace años en la ruta de mi vida el Valle de la Luna como un lugar que debía visitar, así que bastó esa única justificación para dedicar tantas horas de viaje y no parar en San Pedro de Atacama más que para hacer los trámites de la excursión a semejante paraje y del viaje hacia la Quebrada de Humahuaca. Ni siquiera había reservado previamente alojamiento, pensando que quizá hoy mismo pudiese salir hacia el norte argentino. Según la guía consultada, sólo había autobuses dos veces por semana, pero siempre en horario nocturno, así que me movía la esperanza de que quizá una de esas plazas fuese para mí.

En ese mismo libro había leído que la gente que visita San Pedro de Atacama sufre una especie de efecto adormecedor, una suerte de letargo que invita a quedarse ahí más días de los previstos inicialmente. Cuando llegué, me di cuenta de que no era así del todo, sino que todo está hecho para que la gente se quede por obligación. Encontré la oficina de buses cerrada, con un aviso de que éstos salían por la mañana y no por la noche –es decir, ya había perdido el de hoy y no salía otro hasta dentro de unos días- y un teléfono de reservas, como avisando de que si no tenías billete con antelación resultaría imposible viajar. Además, el local de información turística también tenía el portón echado y, por tanto, no había nadie a quien acudir. Estaba en el centro de un pueblo, con mi mochila a cuestas, muerta de calor y con una indescriptible sensación de angustia ante la posibilidad de quedar retenida contra mi voluntad en ese lugar que parecía de otro mundo.

Antes de dejarme abatir por la situación, opté por buscar un alojamiento para, al menos, pasar esta noche. Tengo un pasaje comprado para volar entre Salta y Montevideo para el próximo sábado, así que no podía contemplar la opción de quedarme aquí una semana, pero sí debía mirar las cosas con cierta perspectiva y asumir que quizá este pueblo merecía detenerse un poco más. Encontré una cama en el hostal Puritama por sólo 4.000 pesos (superbarato para ser una zona turística) y, una vez liberada del peso de mi equipaje, me aventuré a buscar una agencia para contratar la excursión al Valle de la Luna, mi auténtico objetivo.

Creo que ése fue el punto del día en que empezó a cambiar mi suerte. O al menos mi visión, hasta entonces tan negra. En la oficina tropecé con un ángel salvador llamado William que, ante mi cara de preocupación y mi agobio por aquello de tener que quedarme más días de los previstos en San Pedro, se ofreció a ayudarme en la búsqueda de un billete de autobús que su asistente compraría para mí en la ciudad. Lamentablemente, después de un par de llamadas, me confirmó que esta opción también se había torcido.

En ese punto del día, el recuento era el siguiente: tenía una cama para pasar la noche, una plaza para la excursión al Valle de la Luna y otra para los géiseres –pues, en vista de que tenía que quedarme un día más, opté por visitar otro lugar- y no me había ocurrido nada malo. Me pareció que la situación era bastante favorable y opté por relajarme, almorzar algo en un lugar precioso llamado “La Casona” y disfrutar de lo que viniese a continuación.

Ahora, en este nuevo patio con chimenea a leña que permite contemplar a buena temperatura el cielo de Atacama, advierto que parece una nota común en todos los restaurantes de aquí esto de tener una terraza interior a pesar del frío desértico. Me encanta esto. Supongo que, en pleno disfrute, me da igual todo lo vivido hoy. O quizá lo doy por bueno.

El grupo que me tocó para viajar al Valle de la Luna fue muy divertido, empezando por Philippe, el guía francés que lleva viviendo un año en Chile y con quien compartí mi ilusión por vivir alguna vez en Sudamérica; el matrimonio italiano (de Génova, para ser exacta) al que pasé la dirección de las cabañas de Isabel en Rapa Nui; la pareja alemana superestilosa, superguapa y supersimpática –que ya había visto esta mañana en el aeropuerto de Santiago- y el matrimonio escocés tan mayor que se ha perdido algunas partes del paseo por el cansancio extremo motivado por el calor del desierto.

(Mmmm, tengo que averiguar la receta del pebre porque está delicioso. Y siempre lo ponen como aperitivo para untar con el pan. Es como salmorejo pero un poco más picante. Me encanta).

Escucho “Lady in red” mientras espero que me traigan la cena y me acuerdo de los interminables matices de colores que he podido ver sobre la arena esta tarde, según diese la luz del sol y, sobre todo, una cosa que me ha impactado y con lo que, por supuesto, no contaba. El desierto de Atacama tiene muchas áreas de formación salina, es decir, creadas a partir de la desecación de las aguas. Y cuando cambia la temperatura, la sal empieza a crujir. Me recordó mucho el glaciar Perito Moreno, en la Patagonia argentina. Los italianos, que también lo conocían, coincidieron en esa impresión. Es maravilloso sentir el sonido eterno del eterno movimiento, algo que jamás hubiese esperado en un lugar como el Valle de la Luna, que parece muerto y, en cambio, no lo está.

Debería escribir más sobre mí, sobre cómo estoy y cómo me está pegando el látigo de la soledad. Es decir, extraño alguien especial con quien compartir cosas como, por ejemplo, el atardecer de hoy sobre esa inmensa duna, más alta que algunos edificios que conozco. Aquí todo el mundo viene en grupo o en pareja, al menos a los restaurantes; sé que en los hostales no es así, pero me está dando un poco fuerte en eso de compartir. Menos mal que siempre me queda el cuaderno…

Durante ese atardecer maravilloso, que es el momento en que mejor se advierte que ese valle es como pisar la superficie de la Luna, con sus increíbles formaciones rocosas, las ondas dibujadas en la arena por culpa del viento, la neblina que emerge del suelo cuando casi anochece, he decidido anular la excursión de mañana e intentar salir de San Pedro.

Sabía que una manera de salir del pueblo era ir hasta el cercano Paso de Jama, la frontera entre Chile y Argentina, lugar de tránsito para muchos transportistas, así que quizá podía convencer a alguno para que me acercase a alguno de los pueblos de Salta o Jujuy. Así que, con ese convencimiento, regresé a San Pedro en la furgoneta y le expresé a William mi ánimo de dejar aquel lugar, tras lo cual me devolvió el dinero de los géiseres.

En mi ausencia, se había preocupado por buscarme otras agencias que alquilasen coches o, al menos, auto con chófer. Pero, claro, yo no estaba dispuesta a pagar 450 dólares por esta solución. Ya ocurriría algo…

Y cuando más convencida estaba de que ese viaje no podía salir mal, caminé en dirección a un locutorio –pues quería consultar el correo electrónico- y de repente vi aquel cartel: ¡¡¡TRANSFER A SALTA!!!

Era domingo noche en aquel pueblo construido con casas de adobe, con sus tenues farolas alumbrando las calles de tierra, con su cielo limpio y colmado de estrellas, y Atacama Connection anunciaba la salida de un minibús a Salta para el martes por la mañana. No podía creer mi suerte, a pesar de los 80 dólares que había que pagar –el doble de lo que hubiera salido el autobús de línea-. Ese salvavidas me permitía comenzar mi periplo por la Quebrada de Humahuaca a una hora razonable y seguir con mis planes de volar a Uruguay el sábado siguiente.

¡¡¡Como para no homenajearse con una buena cena y un rico tinto!!!

- ¿De dónde es, señorita? Si me permite la pregunta…

- De España.

- ¡Aaah, qué rico! De vacaciones, supongo…

- Sí, claro, hoy fui al Valle de la Luna y el martes viajo hacia Argentina. Tú eres… ¿colombiano?

- Sí, de Medellín, aunque vivo acá hace ya unos cuantos años. ¿Cómo supo?

- Tengo amigos de Bogotá y Pereira, así que reconocí el acento.

- Aaaah, ya. ¿Y puedo preguntarle a qué se dedica?

- Soy periodista.

- Imaginé que era escritora. Como la vi tanto rato anotando ahí en su cuaderno.

- Sí, lo que ocurre es que como viajo sola la libreta me acompaña a todas partes y puedo escribir sobre cómo fue el día.

- ¿Le gustó la cena?

- Sí, sí, la verdad es que tanto la crepe de verduras como el pollo estaban deliciosos.

- Disculpe el atrevimiento, pero ¿le importa si la acompaño mientras usted termina el vino? Yo estoy acabando mi turno, así que voy a cenar ahora. Y como no queda nadie más, a mi jefe no le importará si me siento aquí.

- No, no, claro, siéntate. A mí me queda un poco de la jarra y no tengo ninguna prisa…

El camarero del sombrero va a buscar su plato mientras el vino empieza a hacer estragos, tengo sueño y ya escribo de cualquier cosa, pero por encima de los tejados veo las estrellas. En los altavoces suena un recopilatorio de los 80 y 90 y, mientras oigo “Enjoy the silence”, me doy cuenta de que a veces tanto silencio no es bueno y de que si hay algo hermoso en los viajes es conocer a gente local que comparta cosas de su vida contigo. Ahí viene…

Aldebarán, 4 de junio de 2009

(basado en un diario de viaje de 2006)

(Este cuento nació en "El Invernadero", a partir de la consigna:

"un alienígena que invade la burbuja en la que estás")

miércoles, 3 de junio de 2009

Un azulejo blanco, por favor

Andrea, una amiga de Montevideo, cuando ya no puede asumir más carga de belleza o está saturada de emociones visuales, dice: "un azulejo blanco, por favor". Esto nos lo contó otra amiga de allá, Daniela, con la que recientemente pudimos viajar por un montón de lugares de esta Vieja Europa. Y cuando el trayecto empieza en Venecia, se continúa en Florencia y Siena y sigue en Roma, una anda buscando azulejos blancos por todas partes. No aparece en ningún tratado científico, pero estoy segura de que Stendhal, cuando sufrió aquella taquicardia en la Santa Croce, en realidad estaba como loco por encontrar un azulejo blanco...Lista con viñetas

Y después nos fuimos a varios pueblitos de Calabria, de los que no esperábamos gran cosa y, sin embargo, nos sorprendieron. Luego de vuelta a Roma y vuelo a Barcelona... Seguiamos sin respiro para el 'cuore'.

Y llegamos a Lisboa. Y sí, ahí encontramos azulejos. Es la ciudad del azulejo. Edificios con fachadas de azulejos azules, verdes, rojos, desde el suelo hasta el cielo; los interiores de los bares tienen azulejos; cualquier lado al que mires tiene azulejos. Pero claro ¡¡¡qué azulejos!!!

Nuestro deseo de encontrar el azulejo blanco, el típico azulejo blanco de baño, soso, sin personalidad, aburrido, monótono, se topó con la realidad lisboeta: la de una apabullante belleza basada en la decadencia, la melancolía... y el azulejo.

(Un balcón rodeado de azulejos 
en el Bairro Alto lisboeta)

Y en la ciudad de los azulejos tuve un 'deja vu', porque me recordó a otra ciudad, desde luego no por casualidad: Río de Janeiro

(La entrada de un comercio 
en el barrio carioca de Santa Teresa)

Viajar en el tranvía 28 por los barrios de Alfama o Graça en Lisboa me recordó bastante al trayecto en el 'bondinho' que sube a Santa Teresa desde Lapa en la ciudad carioca.

(Un niño en el barrio de Graça-Lisboa; 
una señora en Santa Teresa-Río)

Y nos fuimos de Lisboa con la sensación de que, por mucho que fuera la ciudad del azulejo, allí no encontraríamos el blanco que nos hiciese salir del estado catatónico en que nos encontrábamos, producto de tanta acumulación de belleza. Después de Badajoz, Sevilla y Granada, aún seguimos buscándolo... 

¡¡¡Un azulejo blanco, por favor!!!

lunes, 1 de junio de 2009

"La ropa de la vecina cuelga y mira para acá..."

Pido permiso al señor Fernando Cabrera para apropiarme de esa frase de su "Azotea" porque siento una extraña fascinación por la ropa tendida en los balcones. No sé por qué, pero lejos de los monumentos que quien más quien menos visita en las ciudades a las que va, adoro encontrar -a veces casi como un tesoro oculto- ese paisaje urbano compuesto por las camisas, los pantalones, las faldas e incluso la ropa interior de las otras personas.


No sé qué parte hay de espionaje o de 'voyeur' o simplemente de admiradora (no en el sentido de mera observadora, sino de fanática) de la vida cotidiana en todo esto. Quizá me gusta sentir que, en medio de un mundo en el que la gente no se mira a los ojos o trata de competir con quien tiene al lado o no le importa una mierda conocerse, todavía quedan cosas por compartir y por airear. Aunque sea desde el anonimato del balcón abierto y la ropa tendida...



(Recorrido fotográfico: Lisboa, Matanzas, Venecia, Roma, Noli, Laurópoli y La Habana)