(El Río de la Plata desde la escollera Sarandí, en Montevideo. Diciembre 2007)
Dentro de poquitos días comenzaré un lindo viaje por varios lugares de la geografía europea, Venecia, Florencia, Asís, Roma, Laurópoli (Calabria), Barcelona, Lisboa, Badajoz, Sevilla y Granada, gracias a la visita de mi amiga
Daniela, de Montevideo. Esta noche conversaba por
skype con otra amiga, en este caso de Buenos Aires,
Paula, y recordábamos callejuelas recorridas juntas, cervezas compartidas, la decadencia de algunos rincones, la belleza de los tranvías, el ambiente especial de algunos cafés, la melancolía recogida en algunas músicas...
Durante mucho tiempo, ella eligió vivir en Barcelona y ahora, a la distancia, poníamos otra vez cara a algunos bares por los que anduvimos y nos dimos cuenta de cómo coincidíamos en ciertas opiniones. Por ejemplo, Lisboa. Aún no la conozco. Pero siempre supe que me gustaría... Y, aunque sé a ciencia cierta que tendrá muchas cosas en común con Río de Janeiro (aunque sólo sea por la ascendencia portuguesa de ésta), tengo la impresión de que su nostalgia, su atmósfera como de tiempo pasado, su aire marino y marinero, su dejarse llevar harán que la capital portuguesa me recuerde a Montevideo. Paula coincidía conmigo en esa opinión.
Y, en un momento de la conversación, nos dimos cuenta de que nos emocionábamos más de la cuenta al mencionar según qué lugares. Y llegamos a la conclusión de que estábamos hablando de ciudades que tienen alma. Y más aún: de ciudades que conectan directamente con nuestro alma. Me dio por pensar que, si hiciéramos una ecuación, Montevideo sería para mí lo que para ella Barcelona: un lugar que forma parte de nuestra historia eterna (con vivencias ya pasadas, pero de emociones siempre presentes y, por supuesto, con visiones futuras).