domingo, 24 de marzo de 2013

No time no space

A veces el tiempo se detiene. Y parece infinito. Internamente sabes que todo acaba, que pasará una hora (o mil) y estallará la pompa de jabón multicolor. Pero no lo sientes así. Lo que deseas es que el corazón pueda ensancharse, que sus paredes sean tan flexibles como el globo de un chicle, porque sientes -de verdad lo sientes- que puede llegar a romperse ante tamaña exhibición de Belleza. Intentas respirar e, incluso, en algún momento de heroicidad lo consigues. Y miras a tu alrededor. Y esas luces deslumbrantes no hacen sino resaltar lo que ya tenías más que visto, solo que ahora con matices asombrosos. Y temes que la caída del telón suponga también que el sueño se esfume. Pero, como bien dirías después, la primavera recién estaba deshaciendo su maleta al llegar a casa. Por eso las calles empedradas nos abrazan y los efluvios báquicos nos encantan. Por eso, todavía hoy, en un tiempo detenido bastante tiempo después, seguimos suspendidos en un ay.

sábado, 9 de marzo de 2013

La pataleta o cómo enmascarar la tristeza

Hugo no me regalaba demasiadas sonrisas. No me quedaba muy claro si se debía a que mi acento extranjero le sonaba raro, a que mi tamaño era demasiado grande respecto a él o, simplemente, a que yo le caía mal. No obstante, esta última opción no me parecía muy probable, puesto que tampoco se escondía de mí y posaba en cuanto le mostraba mi cámara. Sus inmensos ojos oscuros y su expresivo rostro, heredado cual fotocopia de su mamá, me cautivaban desde el otro lado del objetivo.

Aquella mañana yo dejaba Matanzas, el lindo pueblito cubano donde me había alojado durante unos 10 días, y antes de encaminarme hacia La Habana, desde donde despegaba mi avión, pasé por casa de Libis para despedirme de ella y de su acogedora familia. Hugo no quiso darme un beso. De hecho, apenas le vi la cara. No quiso salir de debajo de las sábanas mientras el resto de familiares trataba de convencerle diciéndole que tardaría mucho tiempo en volver. Pero él siguió peleando con quien intentase sacarle de su escondite. Hugo, a sus tres años, simplemente estaba triste...