jueves, 24 de junio de 2010

Nublada estoy


Como si fuera una película de dibujos animados, tengo dos días con la nube encima de la cabeza, descargando lluvia a lo bestia. Da igual lo que haga, ella me persigue, viene conmigo a todas partes e incluso creo que se mete en mis sueños...

Tengo la suerte de trabajar en aquello para lo que me preparé y, como dijo un gran amigo mío, puedo presumir de haber ido eligiendo el camino -cosa que no mucha gente puede decir-. No sólo soy periodista, sino que, además, ejerzo mi labor en uno de los medios de comunicación más importante del país. Durante mis años en el departamento de Deportes, tuve la suerte de viajar a Latinoamérica, de aprender mucho y de vivir lindas (otras menos) experiencias. Con alguna de las personas que me crucé en esas coberturas, comenté en alguna ocasión que, sin duda, lo mejor que me había dado la "casa" era el hecho de conocer a gente muy especial.

Desde ayer, me repito y se lo repito a l@s compañer@s más cercan@s: sigamos acercándonos a las personas y alejémonos de la inhumanidad de la corporación.

Entre ayer y hoy 21 emplead@s de Efe se fueron a la calle. Faltan tres más que, por estar de vacaciones o de descanso aún no se enteraron de la trágica noticia, para completar la fatídica lista de l@s 24 (y otr@s cinco que ya están negociando su marcha anticipada, una especie de prejubilación). Ningún despido es bueno, pero lo es menos aún cuando las formas son inhumanas, desproporcionadas, crueles. Y eso ha ocurrido en todos estos casos. Una etiqueta, una marca, un nombre que siempre (o al menos en un glorioso pasado) tuvo un enorme prestigio se arrastra por el fango.

Esta noche es la de San Juan, ésa en la que, según la tradición, se encienden hogueras y se salta sobre ellas. Además, la gente echa al fuego purificador todas esas cosas malas del año para sanar y seguir adelante. Ojalá fuera todo tan fácil como lanzar a las llamas la tristeza, las caras largas, las lágrimas, los cabreos, la indignación, la impotencia, la tensión, la desesperanza, todos esos sentimientos que nos invaden desde ayer, que impiden escuchar risas por los pasillos, por las mesas, que hacen que las conversaciones sean del tipo "¿sabemos algún nombre más?" o "¿lo has visto?" o "¿cuánto tiempo llevaba aquí?" o "se ha despachado a gusto con los de Personal", etcétera, etcétera, etcétera...

La nube ésta no quiere largarse. Y creo que tardará unos cuantos días en irse. ¡¡¡Qué putada en pleno verano!!!

sábado, 19 de junio de 2010

De Torres García a Saramago

El viernes era una jornada de trabajo como otra cualquiera; la única diferencia respecto al resto de la semana es que marcaba justamente el fin de ésta. Por fin llegaba el ansiado weekend para descansar (o, al menos, intentarlo en vísperas de esperadas visitas). De repente, una de mis compañeras me hizo un obsequio inesperado, sin venir a cuento, sin ningún motivo aparente. Y me emocioné: primero por el detalle; segundo, porque era un llaverito de ésos que suelen encontrarse en los puestos de la montevideana peatonal Sarandí o en los alrededores del Mercado de los Artesanos (y, por supuesto, dentro de éste), de ésos con muchos colores y con formas geométricas que imitan la obra del Joaquín Torres García.
- Entre las cosas de la mudanza, apareció esto y pensé que te gustaría, como siempre estás hablando de Uruguay... En realidad, no sé ni por qué lo tengo, supongo que me lo regalaría alguien alguna vez.
- ¿Pero no sabes lo mucho que me gusta Torres García?
- No, pero si yo no sé ni quién es. Mira, me alegra saber que algo que yo tenía guardado en un cajón y a lo que no daba ningún valor, a ti te haga tanta ilusión.

Efectivamente, ella no conocía a JTG ni mi obsesión por su vida y su obra. Me vi describiéndole su Museo (sobre la misma peatonal), hablándole de su estancia en Cataluña, contándole el mal fario que sobrevoló parte de su carrera, explicándole que le apasionaba la relación de la infancia con el arte y de cómo creó juguetes decorativos, narrándole cómo dejó muchos textos con sus reflexiones sobre un montón de asuntos, recomendándole que visitara el Reina Sofía (donde, afortunadamente, tenemos una sala con cuadros suyos).

Otra compañera (nuestra jefa, en realidad) se unió a la agradable charla, diciendo que le encantaba este pintor desde que lo había descubierto y que, hace poco, había visto cuadros suyos en París. Y mientras la primera, la que me hizo el regalo, empezó a bucear en internet y a maravillarse con lo que iba encontrando, yo explicaba que también me gustaba mucho el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, a lo que ésta respondió que estaba muy bien, pero que era muy triste.

En ese instante, confesé que, de alguna manera extraña, me atrapaba la tristeza, pero que en el arte muchísimo más y que, por eso, me gustaban tanto el tango y el fado. Debí añadir en ese momento que también por eso me sedujeron las calles de Montevideo y Lisboa.

Otro que se enamoró de esas rúas fue José Saramago, cuya muerte conocí instantes después de ese intercambio artístico que detallaba antes. Dicen que la primera vez que fue a visitar a Mario Benedetti, al que admiraba profundamente y a quien había conocido no hacía mucho tiempo, se sintió inmediatamente atraído por la capital uruguaya. Imaginando su sensibilidad y su alma portuguesa, supongo que identificó a la dama de gris (como dice mi amigo Gato) con la nostalgia que destilan las calles lisboetas, esa especie de decadencia y de tiempo detenido que te envuelven en una extraña ensoñación...

Y en esas mismas calles montevideanas alguien me habló de "Ensayo sobre la ceguera" justo unos días antes de que comenzara el rodaje de "Blindness", la película de Fernando Meirelles basada en esa novela de Saramago, en la Ciudad Vieja. Muy cerquita de "Imaginario sur", esa tienda adorable en la que pueden encontrarse muchos regalos artesanales con recuerdos de Torres García, el personal técnico del rodaje se las arreglaba para que un par de cuadras de la calle Colón pareciera ese lugar fantasmal que encuentran los personajes en un momento de la película.

Y todo esto venía porque ayer alguien me regaló un llaverito torresgarciano unos minutos antes de que Saramago se despidiera de este mundo...

viernes, 11 de junio de 2010

La vida es pura exposición


"¿No se escribe para eso, para compartir con otros seres humanos?"
(Ernesto Calabuig, "Expuestos")

Hace tiempo alguien me dijo que, habida cuenta de mis participaciones en distintos espacios virtuales, yo tenía una necesidad excesiva de comunicación. No lo niego y, además, no me parece negativo. Yo soy yo, pero también lo soy a partir de mi relación con los otros. De hecho, el lunes pasado, reconocía ante un amigo en Frankfurt que una de las cosas que tengo clara en la vida es que me gusta (más bien preciso) estar en contacto con la gente y que, a pesar de disfrutar de mis espacios de soledad, jamás podría ser una eremita.

De comunicarse, de relacionarse, de vincularse con otros seres humanos habla la novela "Expuestos", de Ernesto Calabuig, su primer largo después de ese impecable libro de relatos titulado "Un mortal sin pirueta", en el que vuelve a deleitarnos con su forma de tratar el paso del tiempo y con su mirada sobre las figuras de verdad. Tres personajes (Jaume Climent, Anne Zieske y Rüdiger Beck) y otras tres ciudades, una de ellas en un relativo horizonte (Madrid, Frankfurt y Berlín), para situar una bella historia, en la que el autor pasea por el amor, la literatura, la filosofía, el viaje, el no retorno, en definitiva la VIDA como ese escaparate donde cada uno de nosotros estamos, como reza el título, expuestos.

Aunque es el miembro de la familia con quien menos relación tengo (su hermano es mi MEJOR AMIGO -uso las mayúsculas, porque hay palabras que quedan cortas para nombrar a ciertas personas- y con su madre y su hermana he compartido grandes momentos catárticos), puedo afirmar que Ernesto es un amigo. Y, por eso, hoy le dedico este homenaje. Porque aunque estaba previsto que yo comprase la novela este sábado, en la Feria del Libro de Madrid, aprovechando su firma de ejemplares, ésta se me apareció casualmente la semana pasada, un día antes de mi viaje a Alemania.

"A veces parece que todo sea oportuno, que cuadra o encaja, que se encuentra a mano para reforzar lo que uno quiere expresar", le dice Rüdiger a Jaume en una escena. Ese tipo de coincidencias que permiten hallar esta novela cuando no la buscaba, de la misma forma que, en 1994, encontré en una estantería de la madrileña Casa del Libro "Berlin Alexanderplatz", la obra de Alfred Döblin que tanto me impactó en ese momento y que ahora es referencia constante en el libro de Ernesto.

O que parte de la novela transcurra en Frankfurt y que Jaume se convierta, involuntariamente, en guía turístico (cuando, de hecho, en un momento pretende huir de alguien así) al hablarme del centro histórico de la ciudad, del apfelwein (especie de sidra) que suele beberse en las tabernas, de la kartoffelsalat (ensalada de patata) que comerá, del recurrente juego de palabras al hablar de Mainhattan (por el nombre del río que cruza la ciudad y el skyline ofrecido por sus muchos rascacielos), de la gente disfrutando del buen tiempo a ambas orillas del Main, de la cerveza Binding que le ofrecen durante una charla con Rüdiger...

También porque, leyendo esta novela, me he recordado en el "Molly Malone" de Malasaña y me he visto en Roma arrancando un trozo del mantel de "La Montecarlo" y he tenido consciencia -una vez más- de personas pasadas devenidas ya en personajes y me he embarcado en debates sobre la creación literaria. O porque, a lo largo de sus páginas, me he sentido como al escuchar las canciones de Luis Eduardo Aute -muchas de ellas repletas de referencias culturales-, con la necesidad de investigar y aprender mucho más sobre cuanto me rodea.

Con la inseguridad del escritor novel, Jaume llega a decir: "Qué difícil, pues (...) asumir la convicción de que haga falta 'contar', o mejor: la convicción de haga falta que 'yo' cuente". Afortunadamente, Ernesto asumió esa convicción y nos regaló estas 164 páginas cargadas de contenido real y no de vacuidades; de verdades y no de palabras-unidas-para-rellenar-espacio-porque-tenemos-que-vender-libros.

(Ernesto Calabuig firmará ejemplares de su novela en la Feria del Libro de Madrid, caseta 303, Menoscuarto Ediciones, el sábado 12 de junio, de 12 a 14 horas)